El crítico de televisión Jorge Monegal los denomina "los ratoncitos de la casa de Guadalix"; y en realidad acierta en su etiquetado. El espacio televisivo que va para veinte años desde su estreno en España, acapara la atención de telespectadores de medio país. La idea de unos productores holandeses germinó en la decadente Europa allá por el año 2000. En muchos países se dejó de dar, pero aquí todavía le queda combustible, al parecer.
Lo más exitoso vienen a ser el VIP y la denominada "Isla de los famosos". En uno y otro, los intereses de la "cadena amiga" siempre se basan en contratar a algún miembro de la ya celebérrima familia Pantoja. Desde hace años la mentada cadena amiga vive una continua desazón en torno a la gran jerarca del clan; una obsesión que se tornaba enfermiza, hasta que por fin lograron llevar a la viuda de Paquirri a la isla de los llantos y las hambrunas televisivas.
Después de lo primordial en la selección de los concursantes, es decir alguien que tenga que ver con la estigmatizada finca "Cantora", contratan a profesionales de algún medio venidos a menos, en situaciones delicadas en torno a la pasta. Algunos consiguen redimirse y vuelven a sacar cabeza después del "reality". Y en todos estos saraos siempre subyace la figura de unos italianos, armarios tallados en gimnasios, con apariencias de gigolos de agencia y con un cierto deje como de haber pertenecido a nobles familias del norte del país alpino, aunque en ese momento estén "secos como la mojama". Uno de ellos lucía sus iniciales doradas en un elegante albornoz de color rojo carmesí. Son los concursantes que siempre son de origen italiano, posiblemente en homenaje a uno de los dueños de la cadena amiga. Play-boys que utilizan el formato televisivo puede que para ofrecer sus encantos irresistibles como plataforma en la vida real.
Entre todo este marasmo siempre hay cabida para alguna que otra criatura salida de un esperpento de la propia cadena:
"Mujeres, hombres y viceversa". En estos no hay nada que rascar salvo su excelsa egolatría, y un irresistible deseo de ser admirados por sus elocuentes desafíos carnales y nada de nada en su bagaje cultural. Todo este entramado de mezquindades, odios y miserias humanas está presentado por dos comunicadores de origen catalán ambos: Jordi González y J.J. Vázquez. El primero ofrece una imagen de racional, escéptico y descreído en casi todo. Ya en "Moros y Cristianos", un programa que presentara en los noventa mostraba una absoluta indiferencia a todo cuanto oliera a "prensa rosa", famoseo y elementos parecidos. En esa época el presentador hacía gala de un excelente humor, un humor de cierto "caché". Actualmente es sólo una rémora de aquella etapa feliz, también en la cadena amiga. Ahora, Jordi ha de lidiar con híbridos del famoseo, con personajillos de corto recorrido; si en aquél tiempo le dicen que su futuro estaría ligado a los grandes hermanos le hubiese dado como mínimo un vahído. Recuerdo un momento sublime, cuando alguien en el plató le interpeló acerca de la dudosa credibilidad de los votos por teléfono y mensajería. Jordi esforzó al máximo su fingida perplejidad facial y como un actor histriónico intentó salir del atolladero.
El otro comunicador, en cambio se postula como un absoluto creyente del reality; a veces pareciera como si fuera él su creador. Al contrario que González que se muestra recatado en torno a su vida íntima, J.J. anima el cotarro con infinitas alusiones al sexo, sean propias o ajenas. Ejerce como árbitro de la moral en el ámbito televisivo; eso sí, los invitados del plató han de reír sus innumerables ocurrencias acerca de sus veleidades amoroso-sexuales. A veces pareciera un pavo real, esplendoroso y brillante mientras tira "los tejos" a algún musculado concursante que le haya suscitado morbo. Ahora bien, si alguien de los concursantes o invitados en el plató tiene un desliz de corte machista, inmediatamente les amonesta o expulsa del evento. En la pasada edición echó a un par de desgraciados invitados, sin embargo no se atrevió con un miembro de la saga Matamoros que había cometido el mismo ultraje. Altivo, henchido de egocentrismo, se siente el faro de Alejandría en cuanto a dictar sentencia sobre las cuitas sentimentales de los concursantes.
Lo que Orwell intuyera allá por los años cincuenta y dejara escrito en su novela "1984" se trasluce en estos espacios televisivos: un control microscópico de los miembros de una comuna, privandoles del menor atisbo de intimidad, sometiendo y rebajando sus condiciones de humanos para relegarlos al nivel animal. En la última edición de GH-Vip para acceder a lo que se denomina "confesionario", los concursantes han de gatear por el suelo y entrar como si se tratara de una perrera. La concursante Mila Ximénez se negó a participar en semejante humillación. Las escenas en la isla mientras todos engullen en apenas un par de minutos un plato de espagheti al unísono y mediante las manos, entre sudores, cabellos sucios, tierra, barro, etc, nos hace recordar cuando una panda de gatos callejeros andan enzarzados entre peleas y riñas para devorar un esqueleto de sardina. El nivel ético y estético no puede ser mas degradante. Y sin embargo, la sensación que ofrecen es de pleno acatamiento y todo ello les parece normal. Todos estos concursantes van girovagando en torno a estos realitys de la cadena, por tanto son siempre los mismos, y si aparecen novedades, estas suelen ser novios o amantes de alguno de estos concursantes iniciales.
Sobre la "transparencia" de estos eventos está bien a las claras que sobrepasan al nivel político, ¡que ya es!...Cuando la popular "princesa del pueblo" participó en GH-Vip, justamente el día que ingresaban en la diabólica casa de Guadalix, el crítico Monegal comentaba en el programa "Julia en la onda": "A la señora Belen Esteban, Tele Cinco quiere agradecerle los grandes beneficios que ésta le aportó mientras sostuvo su romance con el torero de Ubrique, y le hará ganadora del reality". Así fue, el crítico catalán lo clavó; durante su estancia la princesa del pueblo casi siempre estuvo al borde de la expulsión, pero al final se alzó con el premio. ¡Esa es la fantástica transparencia televisiva!..
Sabemos de la cretinización de los concursantes, de su infantilización, pero desconocemos los efectos que estos seriales televisivos dejan en los espectadores.
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