jueves, 29 de noviembre de 2018

ESCUELA DE SOÑADORES


El maestro y profesor José Mari Ortín se dirije a sus alumnos, minutos antes del comienzo de la clase práctica.

   El toreo ya es de por sí como un sueño; porque crear un arte absolutamente efímero teniendo como materia no un lienzo, una madera o unas partituras sino un animal fiero, donde el devenir lo marca el incierto destino de esa fiera no es nada fácil y se antoja que tiene todos los ingredientes para transformarse en una ceremonia mistérica.
 
Los alumnos no pierden detalle de los lances que en ese momento ejecuta un compañero.

    Y al no ser un oficio más, aunque se revista de todo el arte posible, las escuelas donde brotan estos artistas ofrecen comnotaciones que nada tienen en común con otras disciplinas. El rescate de valores éticos, educación portentosa y disciplina constante, hacen de las escuelas taurinas un reducto pleno de positivismo en un mundo presente que mira para otro lado frente a esta suerte de actitudes ante la vida.
 
Iker Ruiz, uno de los alumnos más jóvenes remata una tanda de muletazos con pase de pecho.

    Por ello, asistir a una de sus clases prácticas, donde algunos de sus alumnos tendrán el primer contacto con ese material llamado toro es toda una ceremonia que no escapa a la sensibilidad de todo aquel amante de esta religión pagana, que todavía nos queda. Es como un "bautismo de fuego", que jamás olvidarán.
 
Raúl Rivero, otro de los jóvenes soñadores de la Escuela Taurina de Murcia.

   Lo normal son los vaticinios futuristas surgidos de algunos aficionados: este chico promete, aquel otro está muy verde, ese tiene hechuras para ser figura, etc. Pero al final, lo que realmente prevalece en ellos es acceder a un mundo lleno de enigmas, incertidumbres, donde la suerte ha de aliarse como un sortilegio propio y primordialmente saber que aprendieron un oficio y una visión del mundo que les dignificará para siempre.
 
José María Trigueros, todo un veterano entre el alumnado hace un quite oportuno a un compañero.

    En tiempos convulsos para la tauromaquia, saber que todavía existen jóvenes con pretensiones de conocer y profundizar en dicha actividad artística, siempre nos congratula a los que desde niños somos adoradores de esa filosofía religiosa que inmola el tóten sagrado, estigma del Minotauro cretense en tardes de calor, arenas doradas, sangre y fuego, destellos de oro y plata; una ofrenda solar que transforma la fiereza contundente de un animal enigmático y bello como es el toro en nobleza, armonía y especialmente arte.
     Antiguamente los becerristas tenían como objetivo hacerse banderilleros para colocarse en cuadrillas de algún destacado matador y luego si había suerte convertirse en matadores de toros. Hoy, el aspirante a ser torero de alternativa sueña con ser una reencarnación de el Juli, Manzanares o Morante, y esas pretensiones son harto complicadas cuando el mundo de la tauromaquia tiene huecos y abre un abanico grande para dar cabida a banderilleros, picadores, mozos de espada, etc.
El ciezano Alejandro Fernández en un expresivo derechazo.
    La escuela murciana tiene entre sus benefactores al Club Taurino comandado por Alfonso Avilés, el empresario Ángel Bernal y como director a Pepín Liria. La apuesta de la Comunidad Murciana por ella es loable. Y toda la labor para que los sueños cristalicen en realidades tiene a un hombre que se alza por méritos propios como la salvaguarda de esos soñadores, quien vela por ellos y que les garantiza un pasaporte al planeta taurino: José Mari Ortín. Él sabe y conoce la tremenda soledad que embarga y empapa el alma del torero cuando desde el centro de un dorado platillo de arena se enfrenta con la negra mirada del toro y de cientos de espectadores que vigilan cada gesto, incluso intuyen sus miedos. Es la gran soledad que nadie ve y ni siquiera huele; sólo los que engalanaron su cuerpo de sedas y oro saben del extraño aroma que exhala esa rara alquimia: las energías vertidas por los públicos, regueros de bravura teñidos de sangre sobre doradas arenas y al fondo los anhelos de un soñador solitario que envuelven un atardecer donde la gloria o el fracaso será el telón de fondo en este teatro único donde las cosas son reales, incluso la muerte....
José Mari Ortín dando ánimos a Iker, el alumno más joven de la escuela.
 


miércoles, 21 de noviembre de 2018

"MADAMA BUTTERFLY" por la ÓPERA NACIONAL DE MOLDAVIA



   "La ópera tiene la misión de educar a la humanidad y hacer la vida más preciada"; -así expresa su amor al "bel canto" la soprano moldava Rodica Picirenau. Ella es sin duda la columna donde descansa la representación de "Madama Butterfly" en la compañía de Ópera de Moldavia. Junto a ella se sitúan el tenor italiano Simone Frediani y la mezzosoprano Tatiana Luchian en el papel de Suzuki.
 
    Al frente de una brillante orquesta se sitúa su director Nicolae Dohotaru. Aunque destacar estos artistas es como ponderar a toda la compañía por su excelso oficio y absoluta precisión en la puesta en escena; aparte del estupendo "atrezzo" que nos traslada automáticamente al éxotismo japonés del 1900, donde se desarrolla una historia de amor que a nadie deja indiferente y sí hace partícipe al espectador con una tremenda atmósfera pasional con evidente desenlace dramático. Giacomo Puccini realizó esta obra, con libreto de Giuseppe Giacosa y David Belasco. Lo que ahora es una de las grandes óperas de Puccini tuvo sin embargo un sonoro fracaso cuando se estrenó en 1904 en la Scala de Milán.
 
Rodica Picirenau junto al tenor italiano Simone Fredani.

   Todo ello, vivido en una joya de pequeño teatro con ínfulas del siglo diecinueve y en compañía de un maestro en la dirección musical así como compositor y que una vez más me acogió en su palco; me refiero a mi gran amigo Rogelio Gil-Serna, un apasionado de la zarzuela que motivó y propició la creación de dos compañías de dicho género.
 
El director Nicolae Dohotaru al frente de la orquesta.

  En el intermedio, mi anfitrión me comentaba en voz baja la temperatura cultural que se da en el país, y que lamentaba no ver lleno el aforo de esa maravillosa "bombonera" que es el "Cervantes" de Abaran. Que una compañía profesional de la envergadura  de Ópera Nacional de Moldavia comparezca en un lugar como este es algo maravilloso pero también inusual, y ello debería motivar el acercamiento a este género musical a niños y jóvenes. Ocasiones así no pueden quedar con apenas tres cuartos de aforo y sobre todo al comprobar que este elenco de artistas no escatimó un ápice su calidad, sino todo lo contrario: las dos horas que dura el espectáculo fueron apenas un suspiro para los aficionados.
Rodica Picirenau junto a Tatiana Luchian.
   "En tiempos como los de hoy, donde todo es eléctrico, veloz, la ópera parece algo lento, suave, recóndito"; -comenta Rodica, y la cantante moldava no cree en las modernas puestas en escena: "quizás esto haría que el espectáculo fuera más accesible al público, pero perdería su esencia".


  Al final de la representación, los que tuvimos la dicha de estar allí salimos del teatro con la sensación de haber saboreado la "gran belleza", y que esa carga energética tal vez sólo recaiga en públicos minoritarios, aquellos que todavía atesoran la locura por el arte.



 

viernes, 9 de noviembre de 2018

DECIR PADILLA; DECIR UN HÉROE DE JEREZ


En el II Congreso de Tauromaquia, celebrado en octubre pasado en Murcia.

  Probablemente cuando sufrió la tremenda cornada en Zaragoza, donde perdió la visión de su ojo izquierdo, el mundillo taurino apenas daría un duro por el torero jerezano. Otros colegas suyos que habían tenido la misma experiencia, apenas duraron unos meses, una temporada tal vez.
 
  Pero quien fuera "panaderito", y posteriormente emprendiera su aventura en los ruedos españoles, tenía muy claro; -a pesar de la falta de visión en uno de sus ojos- que la vida le ofrecía un reto que iba más allá de las treinta y tantas cornadas que su cuerpo ostentaba. 
 
Oficiando como padrino en la alternativa de Antonio Cama, el 12 de octubre de 2017 en Cieza (Murcia)

    Y Juan José lo consiguió; no solamente 
aguantar frente al toro, sino también verse acartelado con las máximas figuras, él que había sido un torero de segunda fila, lidiando toros duros, encastados y con el máximo trapío, que no eran precisamente de la estirpe Domecq. 
Juan José junto a los alumnos murcianos en el II Congreso de Tauromaquia.


  En otro lugar, Francia o América le hubiesen tratado como a un héroe, debido a la singularidad de su trayectoria profesional, a su entereza como ser que ha subestimado las tremendas carencias físicas para elevarse por encima y alzarse como triunfador de su propia fe y hacer una mueca burlona al destino.


   Sólo los aficionados taurinos han comprendido su mensaje, y no es poco en un país que apenas cree en sus tradiciones y raíces culturales, y que no tiene un hueco mínimo para los héroes...