Siendo muy jovencito, ya aficionado a las artes y por supuesto a los toros, compraba la revista estrella por aquellos años, El Mundo de los Toros y, en la misma encontré un personaje al que no sabría describir las razones, pero me cautivó. Se llama Pla Ventura que, sus entrevistas, en aquellos años ochenta hacían furor en aquella publicación mallorquina. Lo confieso, yo era un ferviente admirador de dicho crítico, un hombre al que siempre quise conocer y jamás había tenido la dicha de encontrarme con él. Pero, el destino, a veces caprichoso, gracias a la magia de Internet un día supe de la vida y “milagros” de Pla Ventura, nos encontramos y, hasta me invitó para escribir en Toros de Lidia, un alto honor el que me concedía este señor de las letras. Desde aquel instante me honro en formar parte de dicho equipo y, en este momento, mi corazón me pedía algo que llevaba años barruntando, entrevistar al que siempre había sido mi ídolo, dicho con todo el cariño del mundo y, en la actualidad, mi querido compañero en la Web.

-¿Cómo se conocieron su esposa y usted?

Todo resultó como muy romántico, como correspondía a aquella época de mi juventud. Era una tarde otoñal y, aunque parezca una cursilería en los tiempos que vivimos, al doblar una esquina me encontré con aquella bella muchacha que, además de hermosa, tenía la bondad dentro de su ser, algo que le delataban su lindos ojos. Le seguí los pasos y, en muy poco tiempo éramos novios y, poco más de un año más tarde nos casamos y, para dicha de mi  humilde ser, a estas alturas de mi vida sigo estando enamorado porque, al paso de los años, aquella muchachita hermosa, como decía, durante tantísimos años me dio lo mejor de su existencia, amén de dos hijos fantásticos.

-¿A quién envidia usted?

Esa palabra no cabe en mi diccionario puesto que solo tengo admiración para con todas las personas de este mundo que han sobresalido en diferentes actividades; es decir, la vida me roció de humildad para admirar, amar, respetar y compartir todo lo bueno que encontré en mi camino por parte de mis homónimos que a la largo de mi existencia tantas lecciones me aportaron.

-La romana ciudad portuaria de Cartagena, ¿qué significado tiene en su vida?

Cartago Nova, ¿cómo olvidar esa bella ciudad en la que hice mi período militar para embarcarme más tarde en el buque Ferrándiz, de la veintiuna escuadrilla naval? Allí pasé unos meses fantásticos puesto que, entre otras cosas, al margen de servir a la Patria como era preceptivo, conocí al que sería un gran amigo, Ginés Martínez González, un hombre de bien que ayudó como nadie a Ortega Cano que, para desgracia de mi amigo, Ortega Cano fue un auténtico traidor porque una vez en la cumbre, se olvidó de los que le ayudamos que, en aquellos años de ostracismo, fuimos muchos los seguidores en todos los sentidos. Claro que, como quiera que Dios no se queda con nada de nadie, a Ortega Cano le ha pagado la vida con la moneda que se hacía acreedor.

-Ser mediterráneo, alicantino, ¿qué importancia tiene para Pla Ventura?

Vivir auspiciado por el mar Mediterráneo siempre es un privilegio, el que he disfrutado tantas veces y en las que me he inspirado para narrar algunos de mis libros que, paradójicamente nada han tenido que ver con el mar pero, su sinfonía al escuchar cuando mecen las olas es todo un acontecimiento para el alma, un adagio que se adentra en lo más profundo de mi ser.

-De haber sido taurino profesional, ¿cuál hubiese sido su lugar: banderillero, picador, empresario, mozo de espadas, ganadero o mismamente matador de toros?

De haber tenido valor, hubiera sido torero; pero era un pensamiento de mi juventud cuando iba a los toros sin prejuicio alguno y hasta era feliz en todo acontecimiento taurino. Pero amigo, pasaron los años y, para mi desdicha, me adentré dentro del mundo de los toros y, al ver las injusticias que se cometen a diario, ahí me derrumbé. Nunca creí que la vida de un hombre pudiera valer tan poco, ahí está el ejemplo de Iván Fandiño que, en vida le negaron todo, hasta su propia existencia y, tras su muerte, en el sepelio, muchos de sus enemigos quisieron limpiar sus conciencias acudiendo al lugar que jamás deberían de haber ido, al entierro del héroe.

-Algunos de los toreros a los que usted ayudó, ¿le han sido esquivos con el paso del tiempo?

Como muy acertadamente sentencias, ayudé a muchos si entendemos por ayuda aquello de difundir su nombre. Me cabe la fortuna que después de muchos años, aquellos que yo defendía siguen siendo mis amigos, salvo ese pobre hombre llamado Ortega Cano que, el muy desdichado, en los diez años que estuvo bregando por llegar a la meta, le ayudé muchísimo y, el día que salió por la puerta grande de Madrid, dos días después, en una corrida que se televisaba en Elda, me lo encontré junto a Matías Prats, intenté saludarle para darle la enhorabuena y me dijo que no me conocía. ¿Se puede ser más cabrón? Creo que no. Allí le solté algún que otro improperio que, más tarde, en el transcurso de la retransmisión del festejo, Matías Prats, asombrado, me decía: “Luís, no puedo creer lo que te ha hecho Ortega” De todos modos, pobre Ortega Cano, al final, la vida le ha pagado con la moneda que él utilizaba; fíjate que, hasta me da lástima.

-¿Cuál fue el detonante o causa, que le hicieron adentrarse en el planeta taurino?

Yo era un jovencito muy intrépido. Me gustaban mucho los toros y, en el pueblo, muchos comprábamos la revista El Mundo de los Toros, algunos amigos me animaron para que escribiera en dicha revista, cosa que me parecía inalcanzable. Pero un día me animé y le mandé a su director, Juan Bochs Iglesias, el primer artículo que parí que, lo recordaré mientras viva, JUSTICIA PARA UN VALIENTE, dedicado al gran Paco Ruíz Miguel que, tras haber cortado un rabo a un toro de Miura en Sevilla, le seguían negando el pan y la sal. Ocurrió que, Juanito Bochs, partidario acérrimo de la verdad de Ruíz Miguel, me publicó el artículo en el acto y, unos días más tarde recibí una llamada suya para que colaborara en la revista, cosa que hice hasta la muerte de la misma. Murió Juan Bochs y, unos meses más tarde, asistíamos al sepelio de su obra porque, ELMUNDO DE LOS TOROS era Juan Bochs Iglesias y, viceversa. Fueron años muy felices los que no olvidaré jamás.

-Un plato universal y otro de su tierra, que sean sus predilectos.

Yo soy un clásico al respecto porque, esencialmente como para vivir, que es muy distinto a vivir para comer. Me fascina la tortilla española que creo que es “universal” al menos en toda España; y me gusta mucho la paella alicantina que, a poder ser, si es de arroz con bogavantes ya es el colmo de la gula. Pero ya digo, soy poco comedor y me encanta todo, pero en pequeñas dosis.

-¿Es usted supersticioso?

Para nada. Es más, sería yo muy pretencioso siendo tan humilde como soy, que fuera jactando de supersticiones que, al final no conducen a nada; es más, creo que es algo muy adicto de los mediocres porque el que sabe seguro de sí mismo no piensa en semejantes tonterías.

-El colmo del “mal gusto” para usted.

Los tatuajes horribles que la gente lleva en su cuerpo; me toca, como a todo el mundo, respetar las decisiones de los demás que, como en el caso de los tatuajes, mientras no me afecten a mí, que no me afectan para nada, cada cual es muy libre de exponer su cuerpo para las tonterías que crea oportunas.

-¿Qué mueble evitaría en su entorno?

Ninguno; es más, si pudiera tendría siempre un piano a mi vera, sencillamente porque es un mueble musical que, nada más verlo me produce una paz desmesurada. Y soy de los que pienso y creo en la libertad del individuo y, cada cual, mientras no le haga daño a terceros, cada cual puede hacer con su vida aquello que crea que es más interesante; como tener por ejemplo, un orinal de los que usábamos antiguamente en lo alto de una peana a la entrada de la casa; lo digo porque lo he visto, pero nada me molesta y mucho menos en mi casa que, como se comprenderá, tengo lo que necesito que, si se me apura es muy poco.

-Antolín Castro, Alfonso Navalón, Juanje Herrero, Pedro Mari Azofra ¿Cómo les definiría?

Antolín Castro es una de las personas más sensatas que he conocido en mi vida, razón por la que compartí con él en el periodismo en Opinión y Toros quince años de mi vida, al margen de los que compartí con él anteriormente cuando le invité a escribir en El Mundo de los Toros que, como el mundo sabe, nos dejó algo inenarrable que se llamó LA RESERVA DEL TOREO, un documento fantástico en el que Castro sacaba a relucir a los auténticos toreros en los que, según él se cimentaba esa reserva tan comentada por Antolín Castro. A fin de cuentas, un amigo en toda regla del que aprendí tremendas lecciones, para mi suerte, claro.

Alfonso Navalón del que gocé de su amistad y cariño, me cupo la fortuna de colaborar con él en el diario Pueblo, el periódico que, en aquellos años, capitaneado por Emilio Romero como director, estaba a la vanguardia de los rotativos de cualquier país de Europa. Allí estuve si no recuerdo mal un par de años que me supieron a gloria pura. Es cierto que Navalón era amado y odiado a partes iguales; pero nadie le pudo negar que sabía de toros más que las propias vacas, pero, barrunto que, su propio ego, el que no supo controlar, es el que le llevó a la ruina. Fue una pena que, Alfonso Navalón que, entre otras cosas, era un literato excelente, como te decía, resultó una  pena muriera tomando su propia medicina; es decir, haciendo con su ganadería lo que siempre criticó de los demás. Tremendo lo que digo pero, más cierto de que existe un Dios.

Juanje Herrero es la bendición que me ha llegado en el otoño dorado de mi vida, un chaval fantástico, crítico de verdad, conocedor profundo de la cabaña brava española, sin tapujos, defensor de la verdad como nadie y muy fiel a sus convicciones, como entenderás, todo un lujo para mi ser que, parece que fue ayer pero han pasado dos años desde que nos conocimos y me ha concedido toda la autoridad moral que yo precisaba para poder ejercer el periodismo sin corsé alguno, sin fechas ni dogmas; es decir, sentirme un ácrata en el más bello sentido de la palabra.

Con Pedro Mari tengo una relación de amistad de más de treinta años porque coincidimos, como muchos, en la revista El Mundo de los Toros de la que hemos hablado, pero al margen de eso, Azofra es el crítico más importante que ha dado La Rioja que, en su haber, tiene más de veinte libros publicados, miles de artículos escritos, entrevistas; en definitiva, es un sabio de la palabra. Me cupo el honor de hacer reaparecer a Pedro Mari cuando ya estaba retirado de todo pero, al parecer, nuestro proyecto en Toros de Lidia le fascinó y le recuperé para dicha de nuestros miles de lectores.

-Por cierto, es usted consciente de que ostenta un “título” que nadie ha enarbolado jamás, como es escribir un artículo diario para Toros de Lidia, algo que no he visto hacer a nadie en el mundo; semanalmente, a muchos, pero de forma diaria, si me lo permite, creo que es usted el único que ha logrado tal distintivo. ¿Eso es bueno o malo?

Depende de cómo se mire pero, todo lo que sea construir para la fiesta de los toros siempre creo que es positivo y, aquello de narrar una historia diaria eso es lo más sencillo del mundo; es cuestión de amar uno todo aquello que hace, es ahí donde radica la base del éxito; no utilizo palabras rebuscadas, ni acudo de forma constante la diccionario, narro lo que mi corazón me indica y, algunas veces hasta creo que hemos tenido éxito. Es posible, que este año en que no ha habido toros hasta la fecha, escribir a diario de una fiesta que no tenía actividad, en ocasiones me resultaba casi fascinante pero, todo era ponerme frente al ordenador y salían las letras que guardaba mi corazón.

-Según usted, ¿cuál sería la fórmula mágica para “resucitar” la tauromaquia del marasmo donde actualmente se encuentra?

Rociar a la fiesta de la verdad que en realidad debería tener, como dijo hace unos días Finito de Córdoba en que, el andaluz, con un gran criterio, sostiene que los grandes problemas de la fiesta están dentro de casa, nada que ver con  los enemigos que tenemos afuera que, si se me apura, apenas son nada salvo sus griteríos e improperios hacia nuestra fiesta que, sin dogma alguno, sin conocimientos de nada, son tan idiotas que hasta se atreven a criticar aquello que no conocen.

La fiesta sería justa si fuera equitativa que, todo ello sucedería si se sortearan los toros y los toreros; es decir, cualquier empresa podría montar su feria, contratar a los toreros y a la hora de la firma del contrato decirles que, para la feria en cuestión se han contratado las ganaderías X y, tras el sorteo, que cada cual pechara con aquello que le habría correspondido en suerte. Pero como quiera que es más cómodo la endogamia en la que estamos sumidos, así nos va que, salvo los cuatro grandes protagonistas de la fiesta, los de arriba que no se quejan de nada ni hacen lo más mínimo para que se reparta justicia, lo demás, es decir, el noventa y cinco por ciento de los profesionales sufren el hambre y la miseria que los llamados grandes han sembrado.

-Dígame nombres de toreros que verdaderamente le hayan hecho vibrar.

Ha sido muchos, la lista sería muy larga. Entre otros, Antoñete me tenía cautivado; con El Inclusero pude gozar de algunas de sus faenas en Madrid malogradas con la espada que, de haber acertado ahora estaríamos hablando de algo muy distinto respecto a este maestro. Sánchez Puerto me cautivó aquella tarde agosteña de los ochenta cuando cortó dos orejas en Las Ventas y enloqueció a los parroquianos, amén de otras faenas de enorme calado. Luis Francisco Esplá era el paradigma del bien hacer y mejor sentir. Frascuelo era otro de los diestros en que yo era capaz de comprar la entrada solo por verle hacer el paseíllo. Pepe Luís Vázquez Silva me emocionó muchas veces, la última hace un par de años en Granada en que, sin apenas torear en muchos años puso a Morante contra las cuerdas. Juan Mora, en aquella tarde otoñal en Madrid enloqueció a todo el mundo y yo no escapé de aquella locura colectiva; igualmente afirmo que, uno de los grandes artistas del toreo se llama Curro Díaz. Y otro muy puro como el que más es Diego Urdiales que, hace un par de temporadas, por fin, cautivó a Madrid en una tarde de puro delirio. Y no debo de olvidarme de José Mauricio que, en la pasada temporada grande en La México, se reveló como un gran artista, amén de un consentido de dicha afición puesto que, fueron cuatro tardes en el Embudo de Insurgentes, algo nada habitual en los tiempos que vivimos. Me cautivó en su día David Silveti porque, pese a todo, no había un torero con su acusada personalidad; sin suerte por aquello de los percances y lesiones que sufrió pero, como torero, superó al gran Miguel Espinosa Armillita, aunque el diestro de Aguascalientes lograra mayor resonancia que el guanajuatense. Por cierto, no puedo olvidarme de Morante que, con el toro a modo, es decir, con esos animalitos adiestrados para el toreo, el de La Puebla es capaz de hacernos olvidar con su toreo, que no tiene un toro enfrente.

-La vida, ¿ha sido justa con usted?

Sin duda alguna. Logré lo que me propuse porque, fíjate que, sin haber ido a la escuela creé mi propia empresa, la que ahora dirige con tanto acierto mi hijo; escribí catorce libros, hice cientos de entrevistas a distintos personajes del mundo del toro, de la farándula, en todas sus vertientes, narré miles de ensayos y mi mayor fortuna siguen siendo los que me rodean que, todos dicen que soy buena persona. ¿Se puede pedir más? Siempre se dijo que, lo mejor de uno mismo son siempre los demás; es mi caso.

-¿Era “El Pana”, el ideal de torero romántico?

Sin lugar a dudas. Me has tocado la fibra más sensible porque, como el mundo sabe, me cupo la fortuna de compartir amistad con El Pana, un lujo al alcance de muy pocas personas en el mundo y, si como torero era genial, imprevisible, artista y bufo, todo a la vez, pero con una personalidad tan arrolladora que, aquel 6 de enero de 2007 en que se despidió de La México, aquella tarde le soplaron las musas a modo de dos toros de Pepe Garfías, salió por la puerta grande y, para su fortuna, lo que era una despedida desdichada, se tornó todo en una reaparición triunfal como demostró muchos años después. Era, como te digo, un sabio de la vida que aprendió en la calle pero, ¡de qué manera! Culto, sabio, genial, imprevisible, iconoclasta por momentos pero, en definitiva, un tipo al que no olvidaré jamás.

-¿Qué aficiones tiene Pla Ventura?

Leer y escribir. Devoro los libros en el patio de mi casa y, en dicho lugar allí me inspiré para muchos de mis ensayos, mis libros y todo lo que tenga que ver con el aprendizaje como ser humano porque, como diría el poeta, muriendo y aprendiendo.

-¿Cuál es su fortuna?

Yo soy un afortunado en todos los sentidos, esencialmente desde que un día conocí a un personaje tan especial, único y mágico que cambió mi vida para siempre porque, además de todo, me enseñó que los grandes placeres de la vida son gratis. Un amanecer, un caudaloso rio, la lluvia, el sol, el viento, el propio firmamento lleno de estrellas, ese bosque donde nos refugiamos para encontrar la soledad, el amor, el sexo junto al amor. Decenas de cosas y situaciones que nos hacen la vida muy agradable y, como decía, no cuestan nada. Todo eso lo aprendí de Facundo Cabral que me decía que, solamente lo barato se compra con dinero, una verdad ejemplarizante.

-Veo que usted se conforma con poco.

¿Poco? Yo diría que soy inmensamente rico. He tenido la fortuna de trabajar cincuenta años seguidos, algo que sigo haciendo a diario y mientras Dios me siga dando salud, por supuesto que soy muy rico, yo diría que la vida me ha becado para que viva en este bello planeta. Crié a mis hijos, les di un porvenir, una casa para cada uno de ellos y mi esposa ha vivido a la antigua usanza, ocupándose de su casa y familia que, para mí ha resultado maravilloso. Tengo una casa para vivir, un patio bellísimo para leer, para reflexionar, para pensar, para darle rienda suelta a mi corazón. Si pidiera más, yo sería un necio como tantos que he conocido en la vida.

-Me habló usted de Facundo Cabral, ¿qué relación tenía usted con semejante personaje?

Éramos amigos, como decía, el gran tesoro con el que la vida siempre me ha obsequiado. Era un cantor muy especial, maravilloso, único en su género, yo diría que fue el cantor más grande que ha dado Argentina con el permiso de Atahualpa Yupanqui. Nos conocimos en una noche otoñal en 1994 que acudí a verle en teatro Reina Victoria de Madrid en que, en aquella ocasión, junto a Alberto Cortez, llevaban la gira de su concierto, el que definieron como LO CORTEZ NO QUITA LO CABRAL. Sin saber las razones, nos saludamos y, desde aquel instante, hasta su muerte, mantuvimos una relación de amistad maravillosa, hasta el punto de que, para mi fortuna, en su último viaje a España me cupo la fortuna de que cantara para “mi” en el teatro Salesianos de Ibi; venía para hacer un programa con El Loco de la Colina en TVE y, repito, aprovechó el viaje y cantó para nosotros, un lujo fantástico puesto que, Cabral, días pasados, venía de actuar en el Lincon Center de Nueva York. Hasta su muerte, mantuve una relación muy especial con este personaje universal, hasta el punto de narrar un libro sobre su persona al que titulé, LA MAGIA DE CABRAL. Aquel fatídico 9 de julio de 2011 en que fue asesinado por error en Guatemala lloré como un niño chico. Habían matado al mejor cantor que había conocido, el que admiró el mundo y el que cautivó por allí por donde caminaba que, en realidad, fueron 165 países los que visitó, entre ellos, India, con la que gozó de la amistad y el cariño de La Madre Teresa.

-Perdone pero, le escucho y veo que lo material nunca le subyugó. ¿Por qué?

Porque todo es efímero y, como antes dije, como me enseñara Facundo Cabral, solo lo barato se puede comprar con el vil metal, tenga que el precio que fuere. ¿Se podría comprar la amistad, el amor, el cariño, la empatía entre las gentes? No hay dinero en el mundo para comprar dichos valores de los que yo gozo en cada instante de mi vida, por tanto, soy un becado en este mundo.

-Un país que usted escogería para vivir, que no fuera España.

Colombia. Quizás lo haría por la belleza del país como tal, por la calidad de sus gentes, por su afición a los toros en tantos lugares; por dicha razón, una de mis novelas, –VA POR TI– la ubiqué en Colombia, hasta ese punto llega mi admiración por dicho país.

-La trastienda taurina está salpicada de tópicos: pícaros, mujeriegos, sinvergüenzas, etc. ¿Cree que es así?

Desgraciadamente hay mucho listillo que pulula en derredor del mundo de los toros; pequeños pícaros que no arruinan a nadie pero que resultan molestos para todo el mundo. Yo entiendo la vida de otro modo y, mucho más, en mi caso, que ejerzo el periodismo, muchas veces, con críticas “despiadadas”. Jamás en mi vida nadie me regaló una entrada para los toros porque, como es natural y lógico, siempre pasé por taquilla; los toreros lo sabían y nadie lo intentó. Me siguen dando pena algunos “compañeros” que piden para un bocadillo a cambio de una crónica amable en una Web de pacotilla; esa es la auténtica miseria de la fiesta porque como dijo el sabio, de mi hambre me rio yo, nadie más. Es decir, caminé desde la libertad hasta el infinito.

-Muchas gracias, maestro Pla Ventura.

Giovanni Tortosa.

Fotografía de Pla Ventura, por obra y gracia de Pepe Tébar.