martes, 29 de diciembre de 2020

EL ARTE DE VIVIR (ROGELIO GIL-SERNA)

 


--"Señora, si alguien de la compañía exige mi presencia, dígale que estoy en el bar de enfrente"-- 

Esta era la respuesta dada por el maestro musical Rogelio Gil-Serna a la portera del teatro Vico de Jumilla, cuando ésta le impidió la entrada al teatro, a escasos minutos del comienzo de la representación.
Al final, el maestro pudo entrar al teatro y dirigir la zarzuela programada, y la portera le pidió disculpas por su error. --"No se preocupe señora, vaya y tómese un vino, que le invito con mucho gusto; es una de las cosas más graciosas que me han pasado"--. Esta es una de las centenares de anécdotas vividas por el inefable, infalsificable y genial Rogelio Gil-Serna. Pintor, profesor, poeta, compositor y director de orquesta; un hombre nacido para el disfrute de los sentidos, para ser un hedonista de la vida; un dandy y señor, quizá perteneciente a otra época, donde los valores éticos presidían la existencia.

Hace unos años, alguien le preguntaba: --"maestro, ¿que suele hacer cada día?" A lo que Rogelio respondió: --"joven, nada más levantarme acudo a mi armario para elegir el traje que llevaré ese día; a partir de ahí puede suceder cualquier cosa..." En la actualidad el maestro Gil-Serna se deja ver por la Era, ese lugar entrañable y único para cualquier abaranero. Y lo hace a bordo de su precioso descapotable, con ritmo cadencioso, al igual que lo hiciera un torero a la hora del paseíllo. Foulard al viento, sombrero "borsalino", pajarita azul eléctrico y gafas al puro estilo Marcello Mastroianni. Luego, tomará asiento en alguna de las terrazas frente a la plaza de toros, y dejará que su mente divague mientras toma una cerveza. Una catarata de recuerdos aflorarán, dibujando vivencias pretéritas en el cine de verano o las tardes septembrinas de feria en el antiguo coso de la Era, que no el de ahora que es mucho más moderno, y por ello anda falto de historia.

Este año el maestro no tiene una ópera o zarzuela que llevarse a la boca. La coqueta bombonera que es el teatro Cervantes, viene a ser su segunda casa. Allí ha dirigido a varias compañías locales, de las que fue su fundador; y también disfruta desde su palco, con placa incluida que el ayuntamiento tuvo a gala dedicarle. --¡Cómo querrán que se laven las manos veinte veces al día, si ni siquiera tienen agua para beber! Se refería a los africanos, y a esa praxis sanitaria, que a veces se hace absurda y que los gobiernos del absurdo quieren aplicar sobre la población.

Escuchar los razonamientos filosóficos, sazonados de ironía y sarcasmo del maestro, son todo un bálsamo y un brindis a la inteligencia en un país como España, abocado a la obediencia pastoril como si de un rebaño se tratara ante unos catetos, minusválidos mentales con patente de horteras-nuevos ricos que muestra la tropa gubernativa. ¡Un bravo por el talento de personas-personajes como Rogelio!... ¡Con él la vida rezuma frescura, a la par que sobre una copa resbalan gotas de sabiduría con ecos de un ágora griega!...

 

 

lunes, 21 de diciembre de 2020

"Homenaje póstumo de Iker Ruiz a su abuelo"

 
 

TOROS DEL SOL: Un brindis por aquellos abuelos de toreros

21 diciembre, 2020|Articulos de opinion

Muy probablemente, José Tomás no hubiera sido torero, de no haber tenido junto a él a su abuelo Celestino. El hoy mitificado torero madrileño pretendía ser futbolista, hasta quien fuera chófer de algunas cuadrillas, y gran aficionado taurino le llevase a conocer los misterios de la Tauromaquia. Lo mismo podríamos decir sobre Enrique Ponce. O del abuelo Pepe Manzanares, que inauguró la saga del mismo nombre. Y es difícil no encontrar en cualquier entrevista a un novillero, matador, banderillero o rejoneador que no hablen acerca de quienes les motivaron para acercarse al mundo de los toros; van a decir siempre, que un abuelo les metió el gusanillo taurino.

Tanto José Tomás, Ponce o el actual José María Manzanares tuvieron el privilegio de disfrutar y compartir el éxito con aquellos que les abrieron el camino hacia la profesión artística más compleja y difícil del mundo. Aquellos abuelos gozaron en secreto, quizás escondidos en una grada de sombra, de los trazos de grandeza torera que sus nietos iban dibujando en los ruedos.

Algunos, puede que con problemas cardíacos, se tragarían  estoicamente los embates de la lidia, los peligros que acechan en cada tarde de gloria o fracaso. Pero su orgullo siempre estaría resguardado por la tremenda afición que les hizo involucrar a sus nietos en tan maravillosa carrera, donde la meta nunca tiene un lugar y la incertidumbre alumbra cada instante.

Ayer, un jovencísimo alumno de la escuela taurina de Alicante nos provocó un escalofrío que electrizó nuestro cuerpo, cuando se dirigió al centro del platillo de una plaza como “La Deseada” de Cieza para brindar al cielo, en memoria de su abuelo, Jesús Ruiz Martínez, fallecido hace unos escasos días. El escenario de tan singular brindis  fue una plaza con la solera de los cosos más insignes, una plaza que se erige por derecho propio como la más bella de la región de Murcia.  Todos cuantos hemos visto a Iker Ruiz tenemos la sensación, digamos que intuición de percibir en él las cualidades necesarias para ser una futura figura del toreo.

Un brindis en medio de un ruedo vacío, de un graderío desnudo, que nos hizo estremecer de emoción contenida, en el silencio de un mediodía invernal teñido de sol, después de haber trazado verónicas al aire, -ayer no hubo animal de por medio-; con majestuosidad y empaque, que podrían haber sido rubricadas por el mismísimo Morante.

El abuelo Jesús no estará sentado en un tendido, como tantos abuelos de toreros, disfrutando de la entrega y superación de su heredero. Iker no tendrá la dicha de recibir sus consejos como aficionado, ni podrá buscarle para brindarle aquella faena soñada; a quien mejor que a él, de quien recibió sus primeros alientos taurinos. Porque nunca jamás le hallará escondido en una grada, oteando en secreto los detalles artísticos de su quehacer torero. Por tanto, y estando tan fresca y reciente su desaparición, el precoz torero ha querido brindar al cielo, vistiendo también de azul celeste, como para fundirse en un abrazo celestial con aquél que soñó con su gloria. Quizá, puede que en la eternidad tenga reservado un palco de lujo desde donde disfrutará, a buen seguro del arte de su amado nieto.

Un hombre a la antigua usanza, mitad comerciante y mitad campesino; que en los últimos fragores de vida agradeció haber sido feliz junto a aquellos que ayer sembraron el ruedo con claveles rojos en su eterno recuerdo…

Giovanni Tortosa

Montaje fotográfico de Ana Patricia Aroca. Agradecimiento especial a los hermanos López Abellán, propietarios de la plaza de toros “La Deseada”, por haber  posibilitado este homenaje.

 

viernes, 18 de diciembre de 2020

RETRATOS DE TOREROS por LUIS PLA VENTURA


 

Como quiera que la cara sea el espejo del alma, los toreros tampoco escapan de dicho axioma puesto que, pese a ser personas extraordinarias, tampoco dejan de ser hombres, de ahí que les analicemos como tales. Es verdad que, los toreros, como todo mortal, llevan escrito en su rostro la definición de su personalidad que, en ocasiones, aunque la quieran esconder, siempre resulta una tarea vana. Todos decimos algo con nuestros ojos en ocasiones para bien o a veces para mal, depende de muchas cosas pero, nuestro rostro, nuestra mirada, a fin de cuentas dice todo de nuestra personalidad.

A lo largo de la historia hemos conocido a muchísimos toreros que, mirándoles la cara, observando su rostro, sabíamos la personalidad que llevaban dentro. Si recordamos a Antoñete, pese a sus grandes condiciones como torero, en su rostro llevaba escrita la bohemia con la que vivía. En Niño de la Capea reflejaba una sonrisa permanente que, más tarde, era su seña de identidad, dentro y fuera de los ruedos. Emilio Muñoz, en la plaza y en la calle, teníamos la sensación de que venía de ser detenido por la policía por sus gestos agrios y malhumorados, cosas del miedo, pero era una verdad que aplastaba.

El Viti parecía que venía de un velatorio permanente. Roberto Domínguez, artista consumado, daba la sensación del gran profesor que había aprobado a todos sus alumnos. Manzanares padre era el icono del señorito andaluz habiendo nacido en Alicante. Rafael de Paula era el artista que pedía con gritos desgarrados que así se le reconociera, algo que decían sus ojos. El Juli lleva escrito en su rostro esa sensación agria que nada le beneficia puesto que, estando rico, parece que viva lleno de amargura, lo que suele trasmitir ante las gentes. Curro Díaz refleja el arte por sus ojos; desde lejos se adivina, en la plaza y en la calle que es un artista. Paco Ureña quiere trasmitir lástima con sus gestos que, en realidad, no le ayudan para nada. Antonio Ferrera es el prototipo del vencedor por antonomasia, algo que le ha costado muchos años. La chulería de Cayetano, sin que él lo pretenda, es lo que trasmite a los tendidos. Juan José Padilla era el héroe que todo conocimos, así, sin disfraz alguno. Juan Mora, con su rostro serio nos viene a decir que debemos saber que, dentro de su persona, anida un artista singular, las pruebas así nos lo han dictaminado. El Cid era un hombre rudo de los campos andaluces, algo que no podía evitar con su mirada pero que, al final, nos dejó pasajes muy hermosos de su torería. José Tomás es la tragedia elevada al cubo, algo que lo dicen sus ojos y lo constata su bendito ser. Rivera Ordóñez era la imagen del señorito andaluz, aunque todos sabíamos que había nacido en Madrid. Finito de Córdoba nos dice con su mirada que todavía está vivo y que le quedan muchas cosas por decir en la tauromaquia. Ginés Marín, como sabemos siempre viene de entierro dada la faz triste de su mirada, por ello se ganó el apodo de el enterrador. Emilio de Justo trae en su mirada ese gesto de rebeldía que le hace grande como torero.

Paquirri llevaba escrita en su faz la tragedia que más tarde sucedería. Gómez del Pilar pide con sus ojos, con esa mirada que le desborda, que se le atienda como gran profesional que es. Juan Ortega tiene una mirada sincera, dando la sensación de no hacer nada y sabiéndolo hacer casi todo mejor que nadie. Lo de Morante no tiene calificativo porque, depende del día; si hoy no toca, ni las musas que le amparen tengan su día. Diego Urdiales tiene una mirada franca puesto que, sus ojos solo demandan la justicia que le corresponde. Jesulín de Ubrique nos decía con su mirada que era un cachondo mental, como ha quedado para la historia. Luis Francisco Esplá era un retazo de la tauromaquia eterna, así lo decía su mirada y de tal forma vive.

Todo rostro o mirada de un torero nos puede trasmitir distintas emociones pero, si se me permite, entre otros, quiero quedarme con la mirada franca, pura, leal y sincera de Manolo Escribano. Seguro estoy que, su mirada es la que no tiene recoveco alguno y, cuidado, no es que sea el más artista de los artistas, pero su franqueza cuando mira es todo un escaparate de la más pura sinceridad.

Le miras a los ojos y con su mirada te lo dice todo; podría tratarse de un mimo singular que, sin articular palabra dice mucho más que cientos de charlatanes. Pero se trata de un torero honesto que, sabedor de las cientos de batallas en las que ha intervenido y, a fin de cuentas, saberse triunfador de tales envites, con ello ya ha dicho bastante; un hombre que ha estado al borde de la muerte en varias ocasiones, citemos Alicante como punto de partida por aquello de haber vuelto a la vida.

Como digo, Escribano rezuma esa sinceridad tan aplastante que, aunque estuviera mal una tarde, visto sus ojos, para el aficionado entiendo que costaría mucho echarle un bronca, cosa que creo que no ha sucedido jamás. Nada deja por hacer, lo intenta todo con esos toros que asustan hasta el miedo pero que él, en tantas ocasiones ha sabido erigirse vencedor en batallas tan arduas como las que le invitan a participar. Entre tantos logros en su haber, recordemos a Cobradiezmos, el toro de Victorino que indultó en Sevilla y, sin duda, por aquello de ser el primer diestro en la historia de la tauromaquia que ha indultado un toro de Miura cuyo nombre, Tahonero, pasará a los anales de la ganadería de Zahariche.

Produce ternura su gesto humilde cuando, tras escuchar una ovación del respetable, con los brazos en cruz sobre su pecho y la reverencia con la cabeza inclinada hacia el aficionado como queriendo decir: “Hice todo lo que pude y sé ahora, júzguenme ustedes”. Mírenle a los ojos y verán un hombre puro y válido. Se llama Manuel Escribano. Es, sin lugar a dudas, la mirada más sincera del toreo.

En la foto, Manolo Escribano, el día que indultó a Tahonero, toro de Eduardo Miura.

sábado, 24 de octubre de 2020

ANTONIO LÓPEZ GARCÍA EN VALENCIA

 


  Nadie que esté en el ajo cultural de España puede obviar a Antonio López, como un pintor mítico que ha trascendido a su tiempo. Cuando en los años sesenta, el panorama pictórico se nutría de pintores abstractos, continuando en los setenta con el mismo son, aparecía un profesor manchego de baja estatura que daba clases de colorido en la escuela de bellas artes de "San Fernando", y al que cariñosamente llamaban "Antoñito". Pues, al tal Antoñito le dio por pintar cosas realistas, y que de tanto realismo parecían fotografías. A aquello le llamaron "hiper-realismo"; -una corriente pictórica llegada desde América-, una etiqueta que a unos gustan y otros repudian como si fuera un vampiro. El caso es que  estos pintores de estirpe realista se congratularon con el paisaje urbano, a veces frío y desolador de una gran ciudad como Madrid, algunos les dio por buscar objetos anacrónicos y decadentes para pintarlos; incluso peregrinaban hasta los basureros de Vaciamadrid para hacerse con verdaderas joyas malolientes de la inmundicia capitalina.

José Luis Galán junto al mítico pintor, en compañia de Fran Tortosa.



En la década de los ochenta, los medios informativos madrileños hicieron proclamas de tres cosas, a saber: la "quinta del Buitre" fue llevada a los confines galácticos, unos futbolistas que fueron inflados y sobrevalorados; luego estaría la "movida madrileña", un movimiento social que apenas conocíamos los que vivíamos en Madrid, aquello tenía mucho de literario y se vendió muy bien en el extranjero y por último, la figura grisácea con aires de monje cartujano de un pintor de Tomelloso, que solía pintar muchos cuartos de baño. El diario "El País" no cesaba de publicar artículos y entrevistas de éste, por aquél entonces oscuro pintor. Su particular filosofía de entender el arte fue calando en la sociedad, vendió especialmente su lentitud a la hora de elaborar sus obras. Nos hizo creer que un cuadro; -aunque su tamaño fuese de 20x30 centímetros-, debería de llevar dos o tres años de trabajo; y aún así no podríamos considerarlo terminado. Y nosotros nos preguntábamos: ¿cuantos años tuvo que emplear Velázquez en un cuadro gigantesco como "Las Meninas"?  Las cuentas no nos salían, y el más grande pintor español de todos los tiempos debería haber vivido varias vidas para realizar toda su obra. (Todo ello según las tesis de Antonio López)

La particular filosofía sobre su lentitud al pintar enamoró al cineasta Víctor Erice, realizando una película llamada "El sol del membrillo". La trama era muy simple: el artista pintaba un membrillo que colgaba en la pared del jardín de su casa. Al respecto de este film, una amiga argentina me decía lo siguiente: "¿vos entendiste algo?...Me pareció más un cirujano que un pintor, no pude acabar de ver aquello; me quedé dormida"..."¡Y si la viera cincuenta veces, me quedaría dormida igual!"...

Los pintores realistas de su época tenian a gala ponderar que sus pinturas eran realizadas del natural, y Antonio López no era menos. Por eso mismo aparecían en todos sus catálogos de exposiciónes, pintando motivos del natural y López se dejaba ver en la Gran Vía madrileña con caballete y lienzo, pintando en directo para el placer de los viandantes.

"El sol del membrillo" dejó entrever la incapacidad o impotencia de López García para poder plasmar temas con objetos vivos; ya fueran frutas, animales o seres humanos. Su compleja manera de pintar: demasiado escrupulosa y minimalista no eran propicias para testimoniar semejantes motivos pictóricos teniendo estos modelos delante. Por pura lógica, si pintas una manzana del natural, ésta irá perdiendo vida cada día. ¿Y qué diríamos del encargo sobre el retrato familiar de los Borbones?  El escritor valenciano Manuel Vicent ironiza sobre la situación, especialmente cuando el pintor se presentó con varios fotógrafos de su confianza en La Zarzuela. Ni tan siquiera realizó un simple boceto a lápiz sobre la composición familiar.

Los peores desaires se los han dado sus propios colegas, cuando Antonio López ha presidido muchos jurados en concursos de pintura. Al parecer y según cuentan estos, el pintor manchego ha denostado aquellas obras cuya realización se basaban en fotografías. No debe ser muy ético censurar esa cuestión, cuando se es el pintor y escultor español que más usó el material fotográfico en sus obras. Quizás, el artista manchego ha sido un tanto torpe en estas cosas.

Gracias a la galería Marlborough su obra tomó consistencia y prestigio internacional, aunque en dicha galería la gran "vedette" fuera el pintor chileno, también hiper-realista Claudio Bravo, con una obra de mucha más contundencia y "caché" que la del pintor de Tomelloso. Cierto es, que estas cuestiones pertenecen a la trastienda del arte y a los propios artistas. En definitiva, Antonio López ya es un artista bendecido y exaltado por la crítica especializada española. Ha sido canonizado, y su espíritu elevado como un apóstol pintado por El Greco. Para nosotros, Antonio López siempre será el enigmático personaje que dejó Tomelloso por Madrid, de una sobriedad franciscana absoluta; parece que siempre vistió  la misma bufanda, y un bolso en bandolera que no le abandona jamás. A veces, incluso parece decirnos que a pesar de su considerable edad y suponemos que holgada economía, necesita seguir trabajando para poder comer. El mayor representante del realismo español, ¿es tan realista en su vida personal?... En cualquier caso, la ternura que desprende el personaje nos impregna de tal modo que su obra nos interesara siempre, a pesar de las contradicciones de su autor.

Fotografías de Fran Tortosa.






domingo, 18 de octubre de 2020

EL TRANSFONDO ERÓTICO DEL TOREO



El marchante de arte Michel Sánchez acaba de comprar una docena de rosas blancas en un puesto de flores de la Puerta del Sol madrileña. A su acompañante Gloria le regala media docena, y el resto las porta él mismo. Cuando emprendieron la caminata hacia calle Arenal, ella no entendía nada. Y él tampoco ayudó en la situación, pues anduvo en silencio y profundamente serio. Al llegar hasta la iglesia sacramental de San Ginés le indicó la entrada al templo y Gloria puso sus pies en la antesala de las puertas que franqueaban las cancelas. Míchel insinuó el camino hasta una de las tumbas de los diversos enterramientos que existen en la vieja iglesia madrileña.

Con serenidad y contenida emoción, el tratante de arte depositó las rosas en la lápida marmórea donde figuraba un nombre y fechas: “Pepe-Hillo. Sevilla 1754-Madrid 1801”. Después de transcurridos varios minutos; -que para Gloria parecieron eternos,- él confesó la admiración y respeto que sentía por aquél personaje, del que ella no sabía absolutamente nada.

-¡Fue uno de los hombres más admirados y deseados por las mujeres madrileñas de su época!…-sentenció el marchante.

-¿Y por eso era famoso?…-¿Qué fue, un play-boy?…-repreguntó Gloria.

-¡Bueno!…Algo de eso tenía; fue un torero andaluz, muy inteligente y lleno de carisma. Goya lo inmortalizó en su célebre “Tauromaquia”, además de haber sido grandes  amigos. Fue autor de uno de los primeros tratados de tauromaquia y además diseñó el estoque con el que actualmente se matan a los toros. ¿No te resulta fascinante?

La expresión de ella se torna más plácida y aunque el mundo taurino no le interesa nada, muestra un cierto interés por el comentario de su acompañante.

-¡Siento un gran afecto hacia este hombre! ¡Es como alguien de la familia!; -insinúa él esbozando una ligera sonrisa.

-¿Por tanto, no serán estas las primeras flores que pones en su tumba?

-¡Qué va!…Siempre que vengo a Madrid lo hago.

-No sabía que te gustara tanto ese mundo; ¡porque para venir cada dos por tres a dejar unas flores en la tumba de un torero del siglo dieciocho, no es cualquier cosa!…¡Vamos!…  -Entre airada y sorprendida, sonríe tibiamente.

-¿Y qué voy a hacer?…-¡Es la última religión pagana que nos queda!

-¡Ya será menos! -resopla Gloria.

-¿Te percataste de lo femeninos que son los toreros en la plaza?

-¡Pues sí, y encima van caminando con ese aire tan chulesco!

Míchel desea añadir más picante al asunto:

-Visten colores que cualquier hombre jamás usaría en la calle, los trajes van ceñidísimos, repletos de oropeles y pedrería, usan coleta, medias rosadas, zapatillas femeninas…Es como un canto al eterno femenino.

-¡Y además, ninguno lleva barba ni bigote!…¡Van bien puliditos!…-remata Gloria sonriendo.

-También aquí reposan los restos del dueño del “Corte Inglés”; -comenta Míchel, cuando están por abandonar el templo.

-¡Ya veo! Hay sitio para todos.-Sonríe ella con su habitual punto de ironía.

La conversación iniciada al pie de la tumba del torero sevillano fue estilizándose hasta llegar a la puerta principal de la iglesia. El marchante le comentó lo mucho que se ligaba en los festejos taurinos en el siglo diecinueve: “-las damas se situaban en los balconcillos de las gradas con sus prismáticos, y desde los tendidos algunos de los intrépidos mujeriegos las miraban también a través de sus prismáticos. A su vez, las propias damas se pasaban el festejo espiando al público, y de esa manera solían coincidir con los caballeros que las miraban. Entonces, ellas les hacían señas a través del lenguaje peculiar de sus abanicos. Luego, convenían o no el verse fuera de la plaza”.

-¡No tenía la más remota idea, que esas frivolidades pasaran mientras torturaban a esos pobres toros! -Gloria muestra su lado más anti-taurino y su acompañante esboza una sonrisa salpicada de ironía. Para él, siempre representa un reto estar con alguien que odia o rechaza un ritual que para los taurinos es el cenit sagrado de una religión.

Caminan en dirección hacia Tirso de Molina. El marchante ha quedado citado en las inmediaciones del Rastro con un colega, un amigo galerista. Aparte de no parecer la clásica mujer de plástico que él detesta y que tanto prolifera en el mundillo que frecuenta, Gloria tiene un tono de voz de tintes oscuros que a él le pone mucho. Además, entre ambos existe una continua esgrima dialéctica, debido a los gustos dispares entre uno y otro. Nunca creyó en eso que cursimente llaman “almas gemelas”, ni “medias naranjas”, ni bagatelas de ese tipo. Le gustan los contrastes; que los colores tengan vida propia, que no se diluyan como podría suceder en un cuadro. A sus cuarenta años y ella con treinta y ocho, las cosas tienen perfiles más concretos y precisos.

-Mira Gloria: cuando un toro salta al ruedo, no hay nada ni nadie que le supere en virilidad y masculinidad. Es el “macho” por excelencia. A su lado, el torero no es nadie. Por ello, al principio el torero representa lo femenino, lo torea suavemente con el capote, después lo hará con ese trapo rojo llamado “muleta”, y ahí los dos irán trazando una especie de danza, que cada vez se hace más íntima, donde incluso llegan a rozarse; -es como un cortejo amoroso en espera del milagro o metamorfosis…

-¿Qué milagro?

-A partir que el torero inicia la faena con la muleta, el toro va transformándose lentamente en hembra, y el torero que en principio asumía el rol femenino lo va cambiando por el masculino, hasta que llegan al último acto: la muerte. Cuando el torero se vuelca sobre el toro, la espada es como si fuese simbólicamente un falo, que va enterrando en el cuerpo del cornúpeta. Lo suelen hacer; -o al menos lo intentan,- en lo que llaman “hoyo de las agujas”. Es como un triángulo que se asemeja al sexo femenino. Si la espada o estoque penetra ahí, el torero siente un verdadero éxtasis; algo sublime, sería como haber consumado el acto amoroso.

-¡Nunca llegué a pensar que eso tuviera el trasfondo erótico que tú dices!

-Querida, todo esto es muy antiguo. En realidad proviene de los rituales sacerdotales con toros que se hacían en la Creta minoica, hace treinta siglos. ¡No hay nada nuevo bajo el sol!..

Giovanni Tortosa.

domingo, 11 de octubre de 2020

LAS "LISONADAS" DE JOSÉ MARíA LISÓN





Las "lisonadas"; así se expresaba Pascual Piñera cuando quería hacer referencia a las obras de su amigo José María Lisón. Hoy, transcurridos algunos años de la muerte de un pintor, pero sobretodo filósofo de la vida, tal como fuera Piñera, su amigo y colega Lisón quiso brindarle unas muestras de su ampuloso mundo pictórico. Ese mundo intrínseco que destila ironía y sarcasmo, ternura y un particular concepto del vivir.

José María Lisón tuvo el buen gusto de no dedicarse por entero al arte. Se ha librado de vivir situaciones que mucho tienen que ver con la filosofía del absurdo y toda la neurosis que emerge de ello. Él vive de su profesión y tiene la pintura y escultura como un bálsamo para llenar su vida de grandes emociones. Prolífico y denso, de su obra también refulgen chispazos de humor, de un humor impreciso que proviene de alguien que observa la vida desde una personal cúpula; como si otease el horizonte con unos prismáticos de ir a las carreras de caballos.

Lo más interesante de estas obras de Lisón, al menos para nosotros, sería la provocación intelectual que ejercen sobre los espectadores; ante ellas no se puede estar indiferente y suscitan la reflexión personal de cada cual. Después llegaría una clara ambigüedad que se cierne sobre muchas de estas pinturas y esculturas. El ejemplo más contundente lo tendríamos en una "performance" sobre Picasso, donde el autor desgrana una serie de símbolos, colocando al ilustre creador malagueño en una tesitura donde podría estar el alabado por siempre, genio universal, el que partió el arte en dos; ¡digamos que Picasso es el dios de la pintura!...Y por otro lado, también tendría cabida el Picasso con fama de huraño, maltratador, quien cambia la J por una P en las firmas y hace pasar pinturas del padre como si fueran suyas, cuando era un jovencito aspirante a la gloria; el pintor-vampiro que se apropia de tendencias creadas por otros, como por ejemplo el cubismo. Manuel Vicent lo considera un superviviente de su tiempo, y mientras la mayoría de sus colegas que habitaban en Montmartre morían por sobredosis o  alcoholismo siendo muy jóvenes, o mismamente se suicidaban; el genio español trabajaba como un chino y eso le hizo ganarse la confianza de galeristas y marchantes. Ese fue su gran éxito, trabajar más que nadie. Luego, sus amigos escritores harían el resto.

El homenajeado Pascual Piñera debe sentirse inmensamente feliz allá donde se encuentre; no es para menos con el festival de arte que Lisón le regaló. Y muchos se preguntarán a estas alturas, quien era Pascual Piñera. En su modestia, Pascual no era nada y lo era todo; un hombre que no hacía gala de nada, que pintaba por puro placer, que de vez en cuando se dejaba caer por París, donde residía su hermano Manuel. En su porte siempre había un retazo de elegancia y galantería. Fumaba intermitentemente, solía lucir una barba no muy poblada, como una sugerencia más que un hecho. Su voz tenía la modulación y tono intimista, pero sobretodo hablaba con gran riqueza verbal, su decir estaba sembrado de matices que nos hacían cómplices inmediatos de sus relatos. De sus conocimientos sobre el mundo del arte nos alimentamos quienes estábamos todavía verdes. Hablaba de Francis Picabia o sobre Leonor Fini, con la naturalidad de quien es pariente de ellos. Cada vez que pinto al pastel le recuerdo, ya que él fue quien me indujo a ello, cuando uno no tenía la menor idea de aquella técnica. En definitiva, gracias mil a José María Lisón por habernos sugerido y a la vez enaltecer la memoria de alguien que ante todo fue un apasionado del vivir...

Fotografía de Crónicas de Siyasa.
 

martes, 8 de septiembre de 2020

JUAN NAVARRO LIFANTE, "In Memorian"

 


Coca-cola, bucear, coleccionar chapas, Ducados, Riccardo Cocciante, Mahoya, Galicia, el vino a granel, Abanilla, conducir, la historia de Barinas, partidas de billar, Segovia, Bueu ...-Estas serían algunas de las pequeñas o grandes cosas que gustaban a Juan. ¡Todo de una gran sobriedad, exento de lujos! Como lo era su manera de vestir; pura informalidad, donde los consabidos vaqueros caían al suelo de manera natural, con sus manos en los bolsillos traseros; jamás le vi encorbatado. Para él, la vida era eso: pura informalidad, y con ello también una gran dosis de humor; a veces ese humor tenía tintes surrealistas y no siempre era inteligible al momento.
Un humor que probablemente heredó de Virginia, su madre, una mujer que radiaba juventud y alegría al unísono. Virginia también fue clave, en la armonía proyectada en su familia de seis hijos varones; ella donó toda su inteligencia y sentido común a la causa familiar.

De Juan, lo primero que me causó cierto desconcierto, fue su trabajo como recaudador municipal de impuestos. Parece que aquello no iba con su talante personal, él que era un ser que no se ajustaba estrictamente a los ordenes sociales imperantes, y menos para representar un cargo municipal. A su modo, era un tanto bohemio, alguien que no se adentraba en los cánones establecidos, y sobretodo tratándose de ambientes reducidos, en donde desarrollaba su trabajo y por ende  su vida. A veces le gustaba alejarse de aquella cotidianidad y tomaba su Peugeot 205, -como si éste fuera un caballo blanco y se perdía por las carreteras de media España. En Galicia conoció a Berto, un filósofo de andar por casa, pescador ocasional y también libre-pensador de aquellas tierras. En su humilde embarcación, Juan y Berto trenzaban complejos diálogos entre los destellos de plata del agua de las Rías. El mar Mediterráneo le parecía pequeño, y por ello el Atlántico era su escenario predilecto para nadar, bucear, soñar...



Las canciones desgarradoras de Cocciante ponían el contrapunto en sus viajes, o en las noches invernales de Barinas. También Abanilla, tenía un fuerte atractivo para Juan. No en vano, pasaba allí gran parte de su tiempo; por un lado el trabajo de recaudación en un pequeño local cercano al bar "Chambilero", y luego estaban los momentos de ocio. Locales como "Cátulo", "el Nueve" o "Pub Lenon" y alguna discoteca eran lugares para los encuentros sociales. Se quejaba, aunque fuera en voz baja, de los continuos asedios de la gente, -quizás por su trabajo público-, pero en el fondo participaba de ello. Era parte de su personalidad, donde nunca mostraba su verdadero yo interior, y todo quedaba maquillado por el humor y la ironía.

Tal vez esa fue su fortaleza inexpugnable, la salsa que ponía a todo, en forma de ironía y grandes dosis de humor; incluso en los momentos más ácidos y atormentados afloraba esa condición. La única vez que le vi alterado, fue con motivo del fallecimiento de una joven de Mahoya, cuando vino hasta mi casa para decírmelo. Un mes antes, en el local de copas "el Nueve", Juan me pidió que leyese la mano a esa misma chica. La Quiromancia era una de mis aficiones de entonces y de vez en cuando la ponía en practica. Siempre de manera informal y divertida; las chicas sólo querían saber su futuro amoroso y la posible descendencia. Trabajo, estudios y esas cosas apenas les interesaban. Aquella tarde de domingo, cuando observé las líneas que circundaban la mano izquierda de aquella joven, vi algo que no me gustó nada, por lo que cambié el discurso de la situación y opté por no seguir. Me disculpé con la excusa de falta de concentración y emplacé a la chica para otra ocasión. Evidentemente, Juan advirtió aquella maniobra, y una vez solos, en el viaje de vuelta anduvo preguntando.

El interior del coche iba llenándose de volutas de humo de los Ducados que fumaba Juan, pero mis respuestas fueron evasivas, no quería hablar de aquello, su insistencia se hizo cada vez más incisiva, por lo que tuve que revelarle de manera sutil lo que había interpretado a través de las líneas. Juan Navarro era escéptico en grado máximo con respecto a estos temas. Pero, también es cierto que le atraían. Por ello, su desconcierto y desazón fueron de altos registros aquél día, cuando vino a casa, después de largos silencios y notar que sus pupilas tenían el brillo intenso del acero. Entonces comprendí su desolación.

Nunca mas volvimos a hablar de aquél suceso. Por otro lado, yo jamás volví a leer una mano. Aquel caso vino a demostrarme la certeza y verdad que habían en aquella técnica de predicción. Que aquello no tenía nada de simple juego, que el destino estaba escrito en cada uno y sólo había que interpretarlo.

Creo con absoluta convicción, que la vida de Juan cambió con la llegada de María Ascensión Tenza; sin jugar a la lotería le tocó el premio mayor. Puede que ella pusiera orden en su vida, y supo ser el estandarte-guía de su futuro. Atrás quedaban los retazos de bohemia; era como aparcar la bicicleta de hombre solitario y subirse al coche que le llevaría por nuevos horizontes. Llegarían dos hijos, Patricia y Roberto, con los que Juan se reafirmó como un grandioso padre, sin apenas ruidos, sin estridencias. Otra de las cosas singulares, fue la elaboración de una historia de Barinas, una labor entre Ascensión y Juan, que titularon: "Un lugar llamado Barinas".  Hace unos días, la noticia de su muerte nos azotó como un fuerte viento siberiano. Y como siempre, te vuelves a cuestionar la justicia o sinrazón de los dioses que arriba dicen que están. Mientras tanto no hallaremos respuesta, sólo fuimos conscientes en el acto de su despedida, de las palabras de gratitud que Ascensión nos dirigió y que ratificaban la bonhomía de un hombre que siempre sonrió frente al destino. Su vida se rompió como una potente ola lo hace contra las rocas de cualquier "playa del olvido" gallega, entre restos coralinos, algas y espumas...
                                                                       
                                                                                    Giovanni R.Tortosa 


Fotografías:  1ª--Juan Navarro junto a Berto

                       2ª--Juan Navarro junto a G.R.Tortosa

                       3ª--Portada del libro "Un lugar llamado Barinas", obra de María Ascensión Tenza y Juan Navarro.

  
 "La nostra lingua italiana" - Riccardo Cocciante.


martes, 1 de septiembre de 2020

PEDRO AVELLANEDA, AROMAS DE PAISAJE AZUL

 


Un matrimonio de mediana edad se siente conmovido por la belleza plástica de un paisaje del pintor Pedro Avellaneda. Después de haber cotejado otras opciones, deciden comprar aquel cuadro, y piden precio a la galerista. Dicho precio les satisface, pero han de ir al cajero más próximo para hacerse con el dinero. La escena se produce en la llamada zona comercial "Centrofama" de la capital murciana, justo en la galería "Art Nueve".
Apenas transcurrieron diez minutos, cuando retornó el matrimonio con la finalidad de pagar el cuadro y llevárselo a casa. Todo muy normal.

Mari Ángeles Sánchez, galerista de Art Nueve se dispone a envolver la obra con el clásico plástico de burbujas, cuando uno de los clientes se percata de la firma y exclama: -¿entonces, éste es el famoso Avellaneda? El silencio se hace presente, pasan bastantes segundos para que la galerista se pronuncie, y lo hace con gesto ligeramente contrariado, ella sabe de qué va el asunto: -¡bueno, este cuadro es de Pedro Avellaneda, pintor de Cieza; y puede que usted se refiera a Manuel Avellaneda, el otro pintor también de Cieza!... Entre ellos hay un intenso cruce de miradas, y lo que fue inicial entusiasmo por un paisaje al óleo, ahora parece desvanecerse, y todo porque en vez de figurar una M en la firma, figura una P.

El desenlace parece obvio: al no tratarse de un cuadro del "famoso Avellaneda", el matrimonio pide disculpas a la galerista y se marchan de vacío.  A pesar de haberles entusiasmado, creyeron que la firma estaba por encima del placer que les producía aquél paisaje. Y aunque pueda parecer un hecho exótico, estas situaciones son de lo más corriente en lo que denominamos "trastienda del arte".

Manuel Avellaneda Gómez es el "famoso Avellaneda"; famoso para la docena de coleccionistas de cierto relieve que se dan en Murcia. Pintor nacido en Cieza, y sobrevalorado gracias a su pertenencia a la galería con mayor calado de la capital. No sólo él, digamos que todos los artistas que figuran en esa "escudería" lo son. Ahora, algunos de esos coleccionistas intentan revender obras que compraron allí y no consiguen que les paguen ni tan siquiera el cincuenta por ciento de lo que pagaron.

Pedro Avellaneda Baño, de profesión sastre, ha sido uno de los pintores que marcaron mi infancia. Mis primeros óleos tuvieron sus ecos; antes que copiar a Velázquez o Goya lo hice con pinturas de Pedro. En la desaparecida droguería "Esparza" vendían materiales para pintar, y tenían un escaparate con algunos cuadros de Avellaneda. Desde aquel escaparate yo tomaba apuntes de sus cuadros, para luego pintarlos en casa. Recuerdo la vieja sastrería, situada en la calle san Sebastián, a escasos metros de la confitería "el Lorito". Allí, en el centro había una gran mesa donde Pedro hacía los cortes y ajustes de los trajes; en el fondo de aquél salón colgaba un cuadro hermoso y emocionante, al menos para mí: el estanque del "Menjú" con su escultura de figura femenina en el centro, rodeado de pinos y con fondo de atardecer. Hubiese dado cualquier cosa por haber poseído aquella pintura. En aquellos años de mi infancia artística, aquel paisaje bucólico, pertrechado de azules y violetas, salpicado con grises tostados y anaranjados fue mi fetiche pictórico. Tampoco se quedaba atrás, una de sus obras, que había sido premiada con el "Catavinos de Plata" en Málaga; cuadro perteneciente a la colección privada de Joaquín Jordán.

Los paisajes de Pedro Avellaneda están localizados en el Valle de Ricote, también Aledo, Mula, Cajitán, y alrededores de Cieza; pero él tiene siempre un pie en el impresionismo francés. Probablemente, los azules de Monet quedaron impregnados en su memoria artística. Esa enorme gama de azules me conquistó, desde que conocí su obra. Una obra extensa, donde los óleos y acuarelas tenían la primacía sobre otras técnicas. Siempre tuve la sensación, que Pedro era un solitario, realmente feliz pintando, con su caballete frente a las serranías salpicadas de arbustos, olivos retorcidos y almendros floreados; todo ello reconvertido en suaves melodías del viento a través de sus empastadas pinceladas. Porque no importaba, que ese día fuera viernes santo o domingo de "Resurrección" para que él se abandonara a sí mismo en plena naturaleza para teñir los silencios de un lienzo en blanco.

En ocasiones, Pedro se lamentaba del trato que le habían dado algunos galeristas de Murcia. Le ponían trabas para mostrar su obra, siendo esta de contrastada calidad, y junto a Jesús Carrillo, los mejores paisajistas de Cieza. Pero, la sombra del otro Avellaneda parecía ser mas alargada, y estos profesionales ponían piedras en el camino. ¡Claro, él era un artista puro, alejado de los cenáculos artistico-políticos, de los que ponían y quitaban!...

La recién estrenada "Asociación de Artistas Ciezanos", ha tenido el buen gusto y mejor detalle, de homenajear al gran pintor que es Pedro Avellaneda, haciéndole socio de honor en dicha corporación. Un artista prolífico, exento de vanidades, alejado del aparataje mediático, cuya pasión por la pintura le ha hecho ser un trabajador impenitente, dejándonos sus obras, cargadas de musicalidad, amor por la naturaleza y un guiño al destino desde la atalaya de sus noventa años.



 

domingo, 23 de agosto de 2020

PLA VENTURA, ÍNTIMO

Siendo muy jovencito, ya aficionado a las artes y por supuesto a los toros, compraba la revista estrella por aquellos años, El Mundo de los Toros y, en la misma encontré un personaje al que no sabría describir las razones, pero me cautivó. Se llama Pla Ventura que, sus entrevistas, en aquellos años ochenta hacían furor en aquella publicación mallorquina. Lo confieso, yo era un ferviente admirador de dicho crítico, un hombre al que siempre quise conocer y jamás había tenido la dicha de encontrarme con él. Pero, el destino, a veces caprichoso, gracias a la magia de Internet un día supe de la vida y “milagros” de Pla Ventura, nos encontramos y, hasta me invitó para escribir en Toros de Lidia, un alto honor el que me concedía este señor de las letras. Desde aquel instante me honro en formar parte de dicho equipo y, en este momento, mi corazón me pedía algo que llevaba años barruntando, entrevistar al que siempre había sido mi ídolo, dicho con todo el cariño del mundo y, en la actualidad, mi querido compañero en la Web.

-¿Cómo se conocieron su esposa y usted?

Todo resultó como muy romántico, como correspondía a aquella época de mi juventud. Era una tarde otoñal y, aunque parezca una cursilería en los tiempos que vivimos, al doblar una esquina me encontré con aquella bella muchacha que, además de hermosa, tenía la bondad dentro de su ser, algo que le delataban su lindos ojos. Le seguí los pasos y, en muy poco tiempo éramos novios y, poco más de un año más tarde nos casamos y, para dicha de mi  humilde ser, a estas alturas de mi vida sigo estando enamorado porque, al paso de los años, aquella muchachita hermosa, como decía, durante tantísimos años me dio lo mejor de su existencia, amén de dos hijos fantásticos.

-¿A quién envidia usted?

Esa palabra no cabe en mi diccionario puesto que solo tengo admiración para con todas las personas de este mundo que han sobresalido en diferentes actividades; es decir, la vida me roció de humildad para admirar, amar, respetar y compartir todo lo bueno que encontré en mi camino por parte de mis homónimos que a la largo de mi existencia tantas lecciones me aportaron.

-La romana ciudad portuaria de Cartagena, ¿qué significado tiene en su vida?

Cartago Nova, ¿cómo olvidar esa bella ciudad en la que hice mi período militar para embarcarme más tarde en el buque Ferrándiz, de la veintiuna escuadrilla naval? Allí pasé unos meses fantásticos puesto que, entre otras cosas, al margen de servir a la Patria como era preceptivo, conocí al que sería un gran amigo, Ginés Martínez González, un hombre de bien que ayudó como nadie a Ortega Cano que, para desgracia de mi amigo, Ortega Cano fue un auténtico traidor porque una vez en la cumbre, se olvidó de los que le ayudamos que, en aquellos años de ostracismo, fuimos muchos los seguidores en todos los sentidos. Claro que, como quiera que Dios no se queda con nada de nadie, a Ortega Cano le ha pagado la vida con la moneda que se hacía acreedor.

-Ser mediterráneo, alicantino, ¿qué importancia tiene para Pla Ventura?

Vivir auspiciado por el mar Mediterráneo siempre es un privilegio, el que he disfrutado tantas veces y en las que me he inspirado para narrar algunos de mis libros que, paradójicamente nada han tenido que ver con el mar pero, su sinfonía al escuchar cuando mecen las olas es todo un acontecimiento para el alma, un adagio que se adentra en lo más profundo de mi ser.

-De haber sido taurino profesional, ¿cuál hubiese sido su lugar: banderillero, picador, empresario, mozo de espadas, ganadero o mismamente matador de toros?

De haber tenido valor, hubiera sido torero; pero era un pensamiento de mi juventud cuando iba a los toros sin prejuicio alguno y hasta era feliz en todo acontecimiento taurino. Pero amigo, pasaron los años y, para mi desdicha, me adentré dentro del mundo de los toros y, al ver las injusticias que se cometen a diario, ahí me derrumbé. Nunca creí que la vida de un hombre pudiera valer tan poco, ahí está el ejemplo de Iván Fandiño que, en vida le negaron todo, hasta su propia existencia y, tras su muerte, en el sepelio, muchos de sus enemigos quisieron limpiar sus conciencias acudiendo al lugar que jamás deberían de haber ido, al entierro del héroe.

-Algunos de los toreros a los que usted ayudó, ¿le han sido esquivos con el paso del tiempo?

Como muy acertadamente sentencias, ayudé a muchos si entendemos por ayuda aquello de difundir su nombre. Me cabe la fortuna que después de muchos años, aquellos que yo defendía siguen siendo mis amigos, salvo ese pobre hombre llamado Ortega Cano que, el muy desdichado, en los diez años que estuvo bregando por llegar a la meta, le ayudé muchísimo y, el día que salió por la puerta grande de Madrid, dos días después, en una corrida que se televisaba en Elda, me lo encontré junto a Matías Prats, intenté saludarle para darle la enhorabuena y me dijo que no me conocía. ¿Se puede ser más cabrón? Creo que no. Allí le solté algún que otro improperio que, más tarde, en el transcurso de la retransmisión del festejo, Matías Prats, asombrado, me decía: “Luís, no puedo creer lo que te ha hecho Ortega” De todos modos, pobre Ortega Cano, al final, la vida le ha pagado con la moneda que él utilizaba; fíjate que, hasta me da lástima.

-¿Cuál fue el detonante o causa, que le hicieron adentrarse en el planeta taurino?

Yo era un jovencito muy intrépido. Me gustaban mucho los toros y, en el pueblo, muchos comprábamos la revista El Mundo de los Toros, algunos amigos me animaron para que escribiera en dicha revista, cosa que me parecía inalcanzable. Pero un día me animé y le mandé a su director, Juan Bochs Iglesias, el primer artículo que parí que, lo recordaré mientras viva, JUSTICIA PARA UN VALIENTE, dedicado al gran Paco Ruíz Miguel que, tras haber cortado un rabo a un toro de Miura en Sevilla, le seguían negando el pan y la sal. Ocurrió que, Juanito Bochs, partidario acérrimo de la verdad de Ruíz Miguel, me publicó el artículo en el acto y, unos días más tarde recibí una llamada suya para que colaborara en la revista, cosa que hice hasta la muerte de la misma. Murió Juan Bochs y, unos meses más tarde, asistíamos al sepelio de su obra porque, ELMUNDO DE LOS TOROS era Juan Bochs Iglesias y, viceversa. Fueron años muy felices los que no olvidaré jamás.

-Un plato universal y otro de su tierra, que sean sus predilectos.

Yo soy un clásico al respecto porque, esencialmente como para vivir, que es muy distinto a vivir para comer. Me fascina la tortilla española que creo que es “universal” al menos en toda España; y me gusta mucho la paella alicantina que, a poder ser, si es de arroz con bogavantes ya es el colmo de la gula. Pero ya digo, soy poco comedor y me encanta todo, pero en pequeñas dosis.

-¿Es usted supersticioso?

Para nada. Es más, sería yo muy pretencioso siendo tan humilde como soy, que fuera jactando de supersticiones que, al final no conducen a nada; es más, creo que es algo muy adicto de los mediocres porque el que sabe seguro de sí mismo no piensa en semejantes tonterías.

-El colmo del “mal gusto” para usted.

Los tatuajes horribles que la gente lleva en su cuerpo; me toca, como a todo el mundo, respetar las decisiones de los demás que, como en el caso de los tatuajes, mientras no me afecten a mí, que no me afectan para nada, cada cual es muy libre de exponer su cuerpo para las tonterías que crea oportunas.

-¿Qué mueble evitaría en su entorno?

Ninguno; es más, si pudiera tendría siempre un piano a mi vera, sencillamente porque es un mueble musical que, nada más verlo me produce una paz desmesurada. Y soy de los que pienso y creo en la libertad del individuo y, cada cual, mientras no le haga daño a terceros, cada cual puede hacer con su vida aquello que crea que es más interesante; como tener por ejemplo, un orinal de los que usábamos antiguamente en lo alto de una peana a la entrada de la casa; lo digo porque lo he visto, pero nada me molesta y mucho menos en mi casa que, como se comprenderá, tengo lo que necesito que, si se me apura es muy poco.

-Antolín Castro, Alfonso Navalón, Juanje Herrero, Pedro Mari Azofra ¿Cómo les definiría?

Antolín Castro es una de las personas más sensatas que he conocido en mi vida, razón por la que compartí con él en el periodismo en Opinión y Toros quince años de mi vida, al margen de los que compartí con él anteriormente cuando le invité a escribir en El Mundo de los Toros que, como el mundo sabe, nos dejó algo inenarrable que se llamó LA RESERVA DEL TOREO, un documento fantástico en el que Castro sacaba a relucir a los auténticos toreros en los que, según él se cimentaba esa reserva tan comentada por Antolín Castro. A fin de cuentas, un amigo en toda regla del que aprendí tremendas lecciones, para mi suerte, claro.

Alfonso Navalón del que gocé de su amistad y cariño, me cupo la fortuna de colaborar con él en el diario Pueblo, el periódico que, en aquellos años, capitaneado por Emilio Romero como director, estaba a la vanguardia de los rotativos de cualquier país de Europa. Allí estuve si no recuerdo mal un par de años que me supieron a gloria pura. Es cierto que Navalón era amado y odiado a partes iguales; pero nadie le pudo negar que sabía de toros más que las propias vacas, pero, barrunto que, su propio ego, el que no supo controlar, es el que le llevó a la ruina. Fue una pena que, Alfonso Navalón que, entre otras cosas, era un literato excelente, como te decía, resultó una  pena muriera tomando su propia medicina; es decir, haciendo con su ganadería lo que siempre criticó de los demás. Tremendo lo que digo pero, más cierto de que existe un Dios.

Juanje Herrero es la bendición que me ha llegado en el otoño dorado de mi vida, un chaval fantástico, crítico de verdad, conocedor profundo de la cabaña brava española, sin tapujos, defensor de la verdad como nadie y muy fiel a sus convicciones, como entenderás, todo un lujo para mi ser que, parece que fue ayer pero han pasado dos años desde que nos conocimos y me ha concedido toda la autoridad moral que yo precisaba para poder ejercer el periodismo sin corsé alguno, sin fechas ni dogmas; es decir, sentirme un ácrata en el más bello sentido de la palabra.

Con Pedro Mari tengo una relación de amistad de más de treinta años porque coincidimos, como muchos, en la revista El Mundo de los Toros de la que hemos hablado, pero al margen de eso, Azofra es el crítico más importante que ha dado La Rioja que, en su haber, tiene más de veinte libros publicados, miles de artículos escritos, entrevistas; en definitiva, es un sabio de la palabra. Me cupo el honor de hacer reaparecer a Pedro Mari cuando ya estaba retirado de todo pero, al parecer, nuestro proyecto en Toros de Lidia le fascinó y le recuperé para dicha de nuestros miles de lectores.

-Por cierto, es usted consciente de que ostenta un “título” que nadie ha enarbolado jamás, como es escribir un artículo diario para Toros de Lidia, algo que no he visto hacer a nadie en el mundo; semanalmente, a muchos, pero de forma diaria, si me lo permite, creo que es usted el único que ha logrado tal distintivo. ¿Eso es bueno o malo?

Depende de cómo se mire pero, todo lo que sea construir para la fiesta de los toros siempre creo que es positivo y, aquello de narrar una historia diaria eso es lo más sencillo del mundo; es cuestión de amar uno todo aquello que hace, es ahí donde radica la base del éxito; no utilizo palabras rebuscadas, ni acudo de forma constante la diccionario, narro lo que mi corazón me indica y, algunas veces hasta creo que hemos tenido éxito. Es posible, que este año en que no ha habido toros hasta la fecha, escribir a diario de una fiesta que no tenía actividad, en ocasiones me resultaba casi fascinante pero, todo era ponerme frente al ordenador y salían las letras que guardaba mi corazón.

-Según usted, ¿cuál sería la fórmula mágica para “resucitar” la tauromaquia del marasmo donde actualmente se encuentra?

Rociar a la fiesta de la verdad que en realidad debería tener, como dijo hace unos días Finito de Córdoba en que, el andaluz, con un gran criterio, sostiene que los grandes problemas de la fiesta están dentro de casa, nada que ver con  los enemigos que tenemos afuera que, si se me apura, apenas son nada salvo sus griteríos e improperios hacia nuestra fiesta que, sin dogma alguno, sin conocimientos de nada, son tan idiotas que hasta se atreven a criticar aquello que no conocen.

La fiesta sería justa si fuera equitativa que, todo ello sucedería si se sortearan los toros y los toreros; es decir, cualquier empresa podría montar su feria, contratar a los toreros y a la hora de la firma del contrato decirles que, para la feria en cuestión se han contratado las ganaderías X y, tras el sorteo, que cada cual pechara con aquello que le habría correspondido en suerte. Pero como quiera que es más cómodo la endogamia en la que estamos sumidos, así nos va que, salvo los cuatro grandes protagonistas de la fiesta, los de arriba que no se quejan de nada ni hacen lo más mínimo para que se reparta justicia, lo demás, es decir, el noventa y cinco por ciento de los profesionales sufren el hambre y la miseria que los llamados grandes han sembrado.

-Dígame nombres de toreros que verdaderamente le hayan hecho vibrar.

Ha sido muchos, la lista sería muy larga. Entre otros, Antoñete me tenía cautivado; con El Inclusero pude gozar de algunas de sus faenas en Madrid malogradas con la espada que, de haber acertado ahora estaríamos hablando de algo muy distinto respecto a este maestro. Sánchez Puerto me cautivó aquella tarde agosteña de los ochenta cuando cortó dos orejas en Las Ventas y enloqueció a los parroquianos, amén de otras faenas de enorme calado. Luis Francisco Esplá era el paradigma del bien hacer y mejor sentir. Frascuelo era otro de los diestros en que yo era capaz de comprar la entrada solo por verle hacer el paseíllo. Pepe Luís Vázquez Silva me emocionó muchas veces, la última hace un par de años en Granada en que, sin apenas torear en muchos años puso a Morante contra las cuerdas. Juan Mora, en aquella tarde otoñal en Madrid enloqueció a todo el mundo y yo no escapé de aquella locura colectiva; igualmente afirmo que, uno de los grandes artistas del toreo se llama Curro Díaz. Y otro muy puro como el que más es Diego Urdiales que, hace un par de temporadas, por fin, cautivó a Madrid en una tarde de puro delirio. Y no debo de olvidarme de José Mauricio que, en la pasada temporada grande en La México, se reveló como un gran artista, amén de un consentido de dicha afición puesto que, fueron cuatro tardes en el Embudo de Insurgentes, algo nada habitual en los tiempos que vivimos. Me cautivó en su día David Silveti porque, pese a todo, no había un torero con su acusada personalidad; sin suerte por aquello de los percances y lesiones que sufrió pero, como torero, superó al gran Miguel Espinosa Armillita, aunque el diestro de Aguascalientes lograra mayor resonancia que el guanajuatense. Por cierto, no puedo olvidarme de Morante que, con el toro a modo, es decir, con esos animalitos adiestrados para el toreo, el de La Puebla es capaz de hacernos olvidar con su toreo, que no tiene un toro enfrente.

-La vida, ¿ha sido justa con usted?

Sin duda alguna. Logré lo que me propuse porque, fíjate que, sin haber ido a la escuela creé mi propia empresa, la que ahora dirige con tanto acierto mi hijo; escribí catorce libros, hice cientos de entrevistas a distintos personajes del mundo del toro, de la farándula, en todas sus vertientes, narré miles de ensayos y mi mayor fortuna siguen siendo los que me rodean que, todos dicen que soy buena persona. ¿Se puede pedir más? Siempre se dijo que, lo mejor de uno mismo son siempre los demás; es mi caso.

-¿Era “El Pana”, el ideal de torero romántico?

Sin lugar a dudas. Me has tocado la fibra más sensible porque, como el mundo sabe, me cupo la fortuna de compartir amistad con El Pana, un lujo al alcance de muy pocas personas en el mundo y, si como torero era genial, imprevisible, artista y bufo, todo a la vez, pero con una personalidad tan arrolladora que, aquel 6 de enero de 2007 en que se despidió de La México, aquella tarde le soplaron las musas a modo de dos toros de Pepe Garfías, salió por la puerta grande y, para su fortuna, lo que era una despedida desdichada, se tornó todo en una reaparición triunfal como demostró muchos años después. Era, como te digo, un sabio de la vida que aprendió en la calle pero, ¡de qué manera! Culto, sabio, genial, imprevisible, iconoclasta por momentos pero, en definitiva, un tipo al que no olvidaré jamás.

-¿Qué aficiones tiene Pla Ventura?

Leer y escribir. Devoro los libros en el patio de mi casa y, en dicho lugar allí me inspiré para muchos de mis ensayos, mis libros y todo lo que tenga que ver con el aprendizaje como ser humano porque, como diría el poeta, muriendo y aprendiendo.

-¿Cuál es su fortuna?

Yo soy un afortunado en todos los sentidos, esencialmente desde que un día conocí a un personaje tan especial, único y mágico que cambió mi vida para siempre porque, además de todo, me enseñó que los grandes placeres de la vida son gratis. Un amanecer, un caudaloso rio, la lluvia, el sol, el viento, el propio firmamento lleno de estrellas, ese bosque donde nos refugiamos para encontrar la soledad, el amor, el sexo junto al amor. Decenas de cosas y situaciones que nos hacen la vida muy agradable y, como decía, no cuestan nada. Todo eso lo aprendí de Facundo Cabral que me decía que, solamente lo barato se compra con dinero, una verdad ejemplarizante.

-Veo que usted se conforma con poco.

¿Poco? Yo diría que soy inmensamente rico. He tenido la fortuna de trabajar cincuenta años seguidos, algo que sigo haciendo a diario y mientras Dios me siga dando salud, por supuesto que soy muy rico, yo diría que la vida me ha becado para que viva en este bello planeta. Crié a mis hijos, les di un porvenir, una casa para cada uno de ellos y mi esposa ha vivido a la antigua usanza, ocupándose de su casa y familia que, para mí ha resultado maravilloso. Tengo una casa para vivir, un patio bellísimo para leer, para reflexionar, para pensar, para darle rienda suelta a mi corazón. Si pidiera más, yo sería un necio como tantos que he conocido en la vida.

-Me habló usted de Facundo Cabral, ¿qué relación tenía usted con semejante personaje?

Éramos amigos, como decía, el gran tesoro con el que la vida siempre me ha obsequiado. Era un cantor muy especial, maravilloso, único en su género, yo diría que fue el cantor más grande que ha dado Argentina con el permiso de Atahualpa Yupanqui. Nos conocimos en una noche otoñal en 1994 que acudí a verle en teatro Reina Victoria de Madrid en que, en aquella ocasión, junto a Alberto Cortez, llevaban la gira de su concierto, el que definieron como LO CORTEZ NO QUITA LO CABRAL. Sin saber las razones, nos saludamos y, desde aquel instante, hasta su muerte, mantuvimos una relación de amistad maravillosa, hasta el punto de que, para mi fortuna, en su último viaje a España me cupo la fortuna de que cantara para “mi” en el teatro Salesianos de Ibi; venía para hacer un programa con El Loco de la Colina en TVE y, repito, aprovechó el viaje y cantó para nosotros, un lujo fantástico puesto que, Cabral, días pasados, venía de actuar en el Lincon Center de Nueva York. Hasta su muerte, mantuve una relación muy especial con este personaje universal, hasta el punto de narrar un libro sobre su persona al que titulé, LA MAGIA DE CABRAL. Aquel fatídico 9 de julio de 2011 en que fue asesinado por error en Guatemala lloré como un niño chico. Habían matado al mejor cantor que había conocido, el que admiró el mundo y el que cautivó por allí por donde caminaba que, en realidad, fueron 165 países los que visitó, entre ellos, India, con la que gozó de la amistad y el cariño de La Madre Teresa.

-Perdone pero, le escucho y veo que lo material nunca le subyugó. ¿Por qué?

Porque todo es efímero y, como antes dije, como me enseñara Facundo Cabral, solo lo barato se puede comprar con el vil metal, tenga que el precio que fuere. ¿Se podría comprar la amistad, el amor, el cariño, la empatía entre las gentes? No hay dinero en el mundo para comprar dichos valores de los que yo gozo en cada instante de mi vida, por tanto, soy un becado en este mundo.

-Un país que usted escogería para vivir, que no fuera España.

Colombia. Quizás lo haría por la belleza del país como tal, por la calidad de sus gentes, por su afición a los toros en tantos lugares; por dicha razón, una de mis novelas, –VA POR TI– la ubiqué en Colombia, hasta ese punto llega mi admiración por dicho país.

-La trastienda taurina está salpicada de tópicos: pícaros, mujeriegos, sinvergüenzas, etc. ¿Cree que es así?

Desgraciadamente hay mucho listillo que pulula en derredor del mundo de los toros; pequeños pícaros que no arruinan a nadie pero que resultan molestos para todo el mundo. Yo entiendo la vida de otro modo y, mucho más, en mi caso, que ejerzo el periodismo, muchas veces, con críticas “despiadadas”. Jamás en mi vida nadie me regaló una entrada para los toros porque, como es natural y lógico, siempre pasé por taquilla; los toreros lo sabían y nadie lo intentó. Me siguen dando pena algunos “compañeros” que piden para un bocadillo a cambio de una crónica amable en una Web de pacotilla; esa es la auténtica miseria de la fiesta porque como dijo el sabio, de mi hambre me rio yo, nadie más. Es decir, caminé desde la libertad hasta el infinito.

-Muchas gracias, maestro Pla Ventura.

Giovanni Tortosa.

Fotografía de Pla Ventura, por obra y gracia de Pepe Tébar.