El torero «Cara-Ancha» fue uno de sus propietarios y el también torero Antonio Sánchez
sería uno de los últimos y quien legara su nombre a la taberna. En
otros tiempos fue un establecimiento donde se celebraban las mejores
tertulias entre artistas, intelectuales y gentes del toro. Tres siglos
viajaron por sus paredes forradas en madera y alguna que otra cabeza de
toro contempla a los clientes desde las alturas. Retratos de toreros con
patillas de hacha complementan la decoración.
Como ya conocerán muchos lectores aficionados, nos encontramos en el universo taurómaco que es la Taberna de Antonio Sánchez en Madrid.
Acompañado por una excelsa amante de la tauromaquia, entresijos
históricos, y las peculiaridades de la taberna más antigua de Madrid.
L´ amour des amours, es decir Amélie,
nacida en Francia, de padre extremeño, es antropóloga y sobretodo una
singular aficionada a los toros, me hablaba del potencial energético de
éstos, de su singular carga genésica. «En una plaza de toros, ni
mil hombres que hayan, poseen la gigantesca virilidad que dimana el
toro; todo queda empequeñecido ante ese volcán de masculinidad que es el
toro, por eso los toreros encarnan y representan la esencia femenina en
esa lucha inicial con el capote, y que luego irá transformándose en el
transcurrir de la lidia«; -así expresaba Amélie su tesis, mientras tomábamos unas copas con manzanilla de Jerez.
A través de sus pupilas de azul mediterráneo, Amélie
me hizo viajar a su particular cosmos, donde la tauromaquia es como un
altar mayor donde se veneran sus esencias ancestrales, hasta llegar al Minotauro en la isla de Creta.
Al cabo de unos minutos de estar sentados en la emblemática taberna, me
hizo la sugerencia de posar junto a ella debajo de la cabeza del toro
de la alternativa de Antonio Sánchez. Me aseguró que
estar cerca de un toro, aunque éste ya no tenga vida, refrendaba esa
suerte de sortilegio fetichista que podría influir como un potenciador
de virilidad. Así que, no dudé un segundo en hacerme unas fotos debajo
de tan portentosa cabeza. Era como estar coronados y a la vez recibir
una bendición de los dioses solares.
Ella fantasea continuamente con el «Siglo de Oro» español, y se emociona al escuchar la «Marsellesa» o «Suspiros de España»
y le fascina el olor del tabaco puro en las plazas de toros; -dice que
es de lo más erótico; como sentir las puestas en escena del banderillero
Fernando Sánchez, o paladear los lances de capote de Morante de la Puebla, o las estocadas de Manzanares,
aunque ella se reconozca profundamente torista, y las plazas del sur
francés sean sus querencias como Vic-Fezensac, Dax, Ceret, Istres…
«España sigue siendo un lugar secular, divertido, único por
su carácter, tradiciones e historia. Aunque en Japón hayan más
aficionados al flamenco que en toda Andalucía», -me dice con cierta sorna. Al
respecto de las nuevas generaciones, apenas tiene esperanzas y no daría
por ellos ni un céntimo de euro: «me dan pena, provienen de la era del
plástico ¿tú crees que pueden valorar este entorno de maderas nobles y
el poso que los siglos han dejado aquí?; ¡si ni tan siquiera saben de
dónde proceden el pollo y los huevos que comen, creen que son productos
de laboratorios! ¡Sólo les preocupa competir en quienes
llevan más centímetros de piel tatuada! En ese marco, donde un IPhone o
una Tablet son sus principales fines, es un verdadero milagro saber que
existen chavales que sueñan con una cultura ancestral como es la
tauromaquia, y no dudan en jugarse la vida en un redondel frente a una
fiera, al menos me parecen héroes en todo este extraño contexto»…
-¿Que opinión tienes del aficionado español, en que aspectos difiere del aficionado francés?
-En España el aficionado mayoritario sigue siendo torerista,
es partidario de un determinado torero, aunque en los últimos tiempos
son bastantes los aficionados preocupados por la casta y en cierta
medida por los encastes minoritarios. El aficionado francés tiene una
visión generalista del espectáculo y otorga primacía al toro; el torero
queda en segundo lugar. Salvo Nimes, el nivel torista que tienen las
plazas francesas es muy elevado.
Amélie habla en tono distendido, sin intención de
anatemizar nada, con un ligero toque de fina ironía. Y siempre,
sazonando de humor sus comentarios filosóficos: «En España los
políticos sufren el problema de la falta de casta, -al igual que muchas
ganaderías-, los que llegan a la labor de primeros ministros apenas
demuestran talento y bravura para conducir este país maravilloso,
podríamos decir que la mansedumbre va inherente a su condición; el
anterior ejercía de «don Tancredo» y el que hay ahora, basa todo su
escaso caudal intelectualoíde en sacar un cadáver para llevarlo a otro
sitio». «Si a estos individuos los sacas de la política, serían un
fracaso en la vida real; no servirían ni para ser jefes de sección en
unos grandes almacenes».
Mi amiga hispano-francesa tiene sus criterios en torno a los anti-taurinos: «Siempre
los hubo; si nos remitimos al siglo diecinueve, los había en buen
número: periodistas, escritores, intelectuales, etc. Pero al menos
conocían y sabían de que iba el espectáculo, eran educados y nunca
insultaban a nadie; al contrario de los actuales, que son absolutos
desconocedores de la tauromaquia; jamás pisaron una plaza de toros y se
muestran agresivos, fanatizados…»
«La masculinidad del toro molesta a los progres»-me suelta a bocajarro, mientras mete en su boca un delicioso trozo de tortillita de camarones. «No
todo es ese animalismo de mascota imperante que nos quieren hacer ver;
las formas, las puestas en escena de este espectáculo molestan a sus
detractores». «La Tauromaquia es la última religión
pagana que nos queda; y tal vez por esa carga religiosa resulta onerosa
para cierta gente”. «Y porque al parecer ser hombre está casi
criminalizado por esta histérica clase dirigente, salvo que el hombre
sea musulmán o de otra religión; lo taurino se sitúa en primera línea
por la pureza de sus argumentos en un mundo que pretenden sea andrógino,
intentan derribar lo masculino y femenino para crear una sociedad
híbrida y decadente; y fíjate que no descubrieron nada nuevo, ya Leonardo
pintaba seres andróginos en su tiempo, en el siglo catorce. Van de
ilustrados estos ingenieros sociales, y sólo son unos ignorantes de la
historia…»
“Hay otros, como los dirigentes del Prado, que pretenden
cambiar la propia historia, porque les molesta que uno de los genios
españoles como Francisco de Goya fuera amante de la tauromaquia. Acaban
de otorgar al genial pintor aragonés la etiqueta de «anti-taurino»,
cuando fue torero en sus años jóvenes, amigo de muchos lidiadores como
Martincho, los Romeros de Ronda o Pepe-Hillo, dedicando una de las
mejores porciones de su talento a la tauromaquia. ¡Cualquier día
tildarán a Picasso o al mismo Goya de gays! ¡Precisamente, dos
personajes que acumularían mas amantes femeninas que el propio
Casanova!…Ya sabemos que una parte de España siempre tuvo ese componente
de autodestrucción, y la inquina que mostró a sus grandes creadores».
«La vida es un inmenso vodevil, ni siquiera teatro serio, y
los políticos parecen haber desembarcado procedentes de otro planeta. El
día que encuentre a alguien que haya leído por entero el Apocalipsis y
hubiese sacado alguna consecuencia; -¡que sería como intentar comprender
un cuadro de Tàpies!- entonces me lo tomaré en serio…Te digo esto,
porque nadie logra pasar de las primeras veinte páginas en ese
terrorífico libro, ¡que para colmo fue escrito en la idílica isla griega
de Patmos!»…
Apocalipsis, rabo de toro al vino tinto, jamón ibérico sobre tomate
triturado, y la contagiosa risa de una mujer que lleva la alegría por
bandera, deliciosa y sabia Amélie, portento de una aquilatada cultura
envuelta en un cuerpo de indudable trapío; porque a ella al contrario
que a otras y al igual que Catherine Deneuve, los piropos le fascinan. Encontrar una mujer de semejante perfil no es cosa baladí. Gracias Amélie
por desgranar tu fascinante filosofía ¡a la espera que resuenen las
archi-anunciadas trompetas del Apocalipsis, y que nos pillen con unas
copas de fino jerezano en las manos!…