El marchante de arte Michel Sánchez acaba de comprar una docena de rosas blancas en un puesto de flores de la Puerta del Sol madrileña. A su acompañante Gloria le regala media docena, y el resto las porta él mismo. Cuando emprendieron la caminata hacia calle Arenal, ella no entendía nada. Y él tampoco ayudó en la situación, pues anduvo en silencio y profundamente serio. Al llegar hasta la iglesia sacramental de San Ginés le indicó la entrada al templo y Gloria puso sus pies en la antesala de las puertas que franqueaban las cancelas. Míchel insinuó el camino hasta una de las tumbas de los diversos enterramientos que existen en la vieja iglesia madrileña.
Con serenidad y contenida emoción, el tratante de arte depositó las rosas en la lápida marmórea donde figuraba un nombre y fechas: “Pepe-Hillo. Sevilla 1754-Madrid 1801”. Después de transcurridos varios minutos; -que para Gloria parecieron eternos,- él confesó la admiración y respeto que sentía por aquél personaje, del que ella no sabía absolutamente nada.
-¡Fue uno de los hombres más admirados y deseados por las mujeres madrileñas de su época!…-sentenció el marchante.
-¿Y por eso era famoso?…-¿Qué fue, un play-boy?…-repreguntó Gloria.
-¡Bueno!…Algo de eso tenía; fue un torero andaluz, muy inteligente y lleno de carisma. Goya lo inmortalizó en su célebre “Tauromaquia”, además de haber sido grandes amigos. Fue autor de uno de los primeros tratados de tauromaquia y además diseñó el estoque con el que actualmente se matan a los toros. ¿No te resulta fascinante?
La expresión de ella se torna más plácida y aunque el mundo taurino no le interesa nada, muestra un cierto interés por el comentario de su acompañante.
-¡Siento un gran afecto hacia este hombre! ¡Es como alguien de la familia!; -insinúa él esbozando una ligera sonrisa.
-¿Por tanto, no serán estas las primeras flores que pones en su tumba?
-¡Qué va!…Siempre que vengo a Madrid lo hago.
-No sabía que te gustara tanto ese mundo; ¡porque para venir cada dos por tres a dejar unas flores en la tumba de un torero del siglo dieciocho, no es cualquier cosa!…¡Vamos!… -Entre airada y sorprendida, sonríe tibiamente.
-¿Y qué voy a hacer?…-¡Es la última religión pagana que nos queda!
-¡Ya será menos! -resopla Gloria.
-¿Te percataste de lo femeninos que son los toreros en la plaza?
-¡Pues sí, y encima van caminando con ese aire tan chulesco!
Míchel desea añadir más picante al asunto:
-Visten colores que cualquier hombre jamás usaría en la calle, los trajes van ceñidísimos, repletos de oropeles y pedrería, usan coleta, medias rosadas, zapatillas femeninas…Es como un canto al eterno femenino.
-¡Y además, ninguno lleva barba ni bigote!…¡Van bien puliditos!…-remata Gloria sonriendo.
-También aquí reposan los restos del dueño del “Corte Inglés”; -comenta Míchel, cuando están por abandonar el templo.
-¡Ya veo! Hay sitio para todos.-Sonríe ella con su habitual punto de ironía.
La conversación iniciada al pie de la tumba del torero sevillano fue estilizándose hasta llegar a la puerta principal de la iglesia. El marchante le comentó lo mucho que se ligaba en los festejos taurinos en el siglo diecinueve: “-las damas se situaban en los balconcillos de las gradas con sus prismáticos, y desde los tendidos algunos de los intrépidos mujeriegos las miraban también a través de sus prismáticos. A su vez, las propias damas se pasaban el festejo espiando al público, y de esa manera solían coincidir con los caballeros que las miraban. Entonces, ellas les hacían señas a través del lenguaje peculiar de sus abanicos. Luego, convenían o no el verse fuera de la plaza”.
-¡No tenía la más remota idea, que esas frivolidades pasaran mientras torturaban a esos pobres toros! -Gloria muestra su lado más anti-taurino y su acompañante esboza una sonrisa salpicada de ironía. Para él, siempre representa un reto estar con alguien que odia o rechaza un ritual que para los taurinos es el cenit sagrado de una religión.
Caminan en dirección hacia Tirso de Molina. El marchante ha quedado citado en las inmediaciones del Rastro con un colega, un amigo galerista. Aparte de no parecer la clásica mujer de plástico que él detesta y que tanto prolifera en el mundillo que frecuenta, Gloria tiene un tono de voz de tintes oscuros que a él le pone mucho. Además, entre ambos existe una continua esgrima dialéctica, debido a los gustos dispares entre uno y otro. Nunca creyó en eso que cursimente llaman “almas gemelas”, ni “medias naranjas”, ni bagatelas de ese tipo. Le gustan los contrastes; que los colores tengan vida propia, que no se diluyan como podría suceder en un cuadro. A sus cuarenta años y ella con treinta y ocho, las cosas tienen perfiles más concretos y precisos.
-Mira Gloria: cuando un toro salta al ruedo, no hay nada ni nadie que le supere en virilidad y masculinidad. Es el “macho” por excelencia. A su lado, el torero no es nadie. Por ello, al principio el torero representa lo femenino, lo torea suavemente con el capote, después lo hará con ese trapo rojo llamado “muleta”, y ahí los dos irán trazando una especie de danza, que cada vez se hace más íntima, donde incluso llegan a rozarse; -es como un cortejo amoroso en espera del milagro o metamorfosis…
-¿Qué milagro?
-A partir que el torero inicia la faena con la muleta, el toro va transformándose lentamente en hembra, y el torero que en principio asumía el rol femenino lo va cambiando por el masculino, hasta que llegan al último acto: la muerte. Cuando el torero se vuelca sobre el toro, la espada es como si fuese simbólicamente un falo, que va enterrando en el cuerpo del cornúpeta. Lo suelen hacer; -o al menos lo intentan,- en lo que llaman “hoyo de las agujas”. Es como un triángulo que se asemeja al sexo femenino. Si la espada o estoque penetra ahí, el torero siente un verdadero éxtasis; algo sublime, sería como haber consumado el acto amoroso.
-¡Nunca llegué a pensar que eso tuviera el trasfondo erótico que tú dices!
-Querida, todo esto es muy antiguo. En realidad proviene de los rituales sacerdotales con toros que se hacían en la Creta minoica, hace treinta siglos. ¡No hay nada nuevo bajo el sol!..
Giovanni Tortosa.
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