Coca-cola, bucear, coleccionar chapas, Ducados, Riccardo Cocciante, Mahoya, Galicia, el vino a granel, Abanilla, conducir, la historia de Barinas, partidas de billar, Segovia, Bueu ...-Estas serían algunas de las pequeñas o grandes cosas que gustaban a Juan. ¡Todo de una gran sobriedad, exento de lujos! Como lo era su manera de vestir; pura informalidad, donde los consabidos vaqueros caían al suelo de manera natural, con sus manos en los bolsillos traseros; jamás le vi encorbatado. Para él, la vida era eso: pura informalidad, y con ello también una gran dosis de humor; a veces ese humor tenía tintes surrealistas y no siempre era inteligible al momento.
Un humor que probablemente heredó de Virginia, su madre, una mujer que radiaba juventud y alegría al unísono. Virginia también fue clave, en la armonía proyectada en su familia de seis hijos varones; ella donó toda su inteligencia y sentido común a la causa familiar.
De Juan, lo primero que me causó cierto desconcierto, fue su trabajo como recaudador municipal de impuestos. Parece que aquello no iba con su talante personal, él que era un ser que no se ajustaba estrictamente a los ordenes sociales imperantes, y menos para representar un cargo municipal. A su modo, era un tanto bohemio, alguien que no se adentraba en los cánones establecidos, y sobretodo tratándose de ambientes reducidos, en donde desarrollaba su trabajo y por ende su vida. A veces le gustaba alejarse de aquella cotidianidad y tomaba su Peugeot 205, -como si éste fuera un caballo blanco y se perdía por las carreteras de media España. En Galicia conoció a Berto, un filósofo de andar por casa, pescador ocasional y también libre-pensador de aquellas tierras. En su humilde embarcación, Juan y Berto trenzaban complejos diálogos entre los destellos de plata del agua de las Rías. El mar Mediterráneo le parecía pequeño, y por ello el Atlántico era su escenario predilecto para nadar, bucear, soñar...
Las canciones desgarradoras de Cocciante ponían el contrapunto en sus viajes, o en las noches invernales de Barinas. También Abanilla, tenía un fuerte atractivo para Juan. No en vano, pasaba allí gran parte de su tiempo; por un lado el trabajo de recaudación en un pequeño local cercano al bar "Chambilero", y luego estaban los momentos de ocio. Locales como "Cátulo", "el Nueve" o "Pub Lenon" y alguna discoteca eran lugares para los encuentros sociales. Se quejaba, aunque fuera en voz baja, de los continuos asedios de la gente, -quizás por su trabajo público-, pero en el fondo participaba de ello. Era parte de su personalidad, donde nunca mostraba su verdadero yo interior, y todo quedaba maquillado por el humor y la ironía.
Tal vez esa fue su fortaleza inexpugnable, la salsa que ponía a todo, en forma de ironía y grandes dosis de humor; incluso en los momentos más ácidos y atormentados afloraba esa condición. La única vez que le vi alterado, fue con motivo del fallecimiento de una joven de Mahoya, cuando vino hasta mi casa para decírmelo. Un mes antes, en el local de copas "el Nueve", Juan me pidió que leyese la mano a esa misma chica. La Quiromancia era una de mis aficiones de entonces y de vez en cuando la ponía en practica. Siempre de manera informal y divertida; las chicas sólo querían saber su futuro amoroso y la posible descendencia. Trabajo, estudios y esas cosas apenas les interesaban. Aquella tarde de domingo, cuando observé las líneas que circundaban la mano izquierda de aquella joven, vi algo que no me gustó nada, por lo que cambié el discurso de la situación y opté por no seguir. Me disculpé con la excusa de falta de concentración y emplacé a la chica para otra ocasión. Evidentemente, Juan advirtió aquella maniobra, y una vez solos, en el viaje de vuelta anduvo preguntando.
El interior del coche iba llenándose de volutas de humo de los Ducados que fumaba Juan, pero mis respuestas fueron evasivas, no quería hablar de aquello, su insistencia se hizo cada vez más incisiva, por lo que tuve que revelarle de manera sutil lo que había interpretado a través de las líneas. Juan Navarro era escéptico en grado máximo con respecto a estos temas. Pero, también es cierto que le atraían. Por ello, su desconcierto y desazón fueron de altos registros aquél día, cuando vino a casa, después de largos silencios y notar que sus pupilas tenían el brillo intenso del acero. Entonces comprendí su desolación.
Nunca mas volvimos a hablar de aquél suceso. Por otro lado, yo jamás volví a leer una mano. Aquel caso vino a demostrarme la certeza y verdad que habían en aquella técnica de predicción. Que aquello no tenía nada de simple juego, que el destino estaba escrito en cada uno y sólo había que interpretarlo.
Creo con absoluta convicción, que la vida de Juan cambió con la llegada de María Ascensión Tenza; sin jugar a la lotería le tocó el premio mayor. Puede que ella pusiera orden en su vida, y supo ser el estandarte-guía de su futuro. Atrás quedaban los retazos de bohemia; era como aparcar la bicicleta de hombre solitario y subirse al coche que le llevaría por nuevos horizontes. Llegarían dos hijos, Patricia y Roberto, con los que Juan se reafirmó como un grandioso padre, sin apenas ruidos, sin estridencias. Otra de las cosas singulares, fue la elaboración de una historia de Barinas, una labor entre Ascensión y Juan, que titularon: "Un lugar llamado Barinas". Hace unos días, la noticia de su muerte nos azotó como un fuerte viento siberiano. Y como siempre, te vuelves a cuestionar la justicia o sinrazón de los dioses que arriba dicen que están. Mientras tanto no hallaremos respuesta, sólo fuimos conscientes en el acto de su despedida, de las palabras de gratitud que Ascensión nos dirigió y que ratificaban la bonhomía de un hombre que siempre sonrió frente al destino. Su vida se rompió como una potente ola lo hace contra las rocas de cualquier "playa del olvido" gallega, entre restos coralinos, algas y espumas...
Giovanni R.Tortosa
Fotografías: 1ª--Juan Navarro junto a Berto
2ª--Juan Navarro junto a G.R.Tortosa
3ª--Portada del libro "Un lugar llamado Barinas", obra de María Ascensión Tenza y Juan Navarro.
"La nostra lingua italiana" - Riccardo Cocciante.
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