Un matrimonio de mediana edad se siente conmovido por la belleza plástica de un paisaje del pintor Pedro Avellaneda. Después de haber cotejado otras opciones, deciden comprar aquel cuadro, y piden precio a la galerista. Dicho precio les satisface, pero han de ir al cajero más próximo para hacerse con el dinero. La escena se produce en la llamada zona comercial "Centrofama" de la capital murciana, justo en la galería "Art Nueve".
Apenas transcurrieron diez minutos, cuando retornó el matrimonio con la finalidad de pagar el cuadro y llevárselo a casa. Todo muy normal.
Mari Ángeles Sánchez, galerista de Art Nueve se dispone a envolver la obra con el clásico plástico de burbujas, cuando uno de los clientes se percata de la firma y exclama: -¿entonces, éste es el famoso Avellaneda? El silencio se hace presente, pasan bastantes segundos para que la galerista se pronuncie, y lo hace con gesto ligeramente contrariado, ella sabe de qué va el asunto: -¡bueno, este cuadro es de Pedro Avellaneda, pintor de Cieza; y puede que usted se refiera a Manuel Avellaneda, el otro pintor también de Cieza!... Entre ellos hay un intenso cruce de miradas, y lo que fue inicial entusiasmo por un paisaje al óleo, ahora parece desvanecerse, y todo porque en vez de figurar una M en la firma, figura una P.
El desenlace parece obvio: al no tratarse de un cuadro del "famoso Avellaneda", el matrimonio pide disculpas a la galerista y se marchan de vacío. A pesar de haberles entusiasmado, creyeron que la firma estaba por encima del placer que les producía aquél paisaje. Y aunque pueda parecer un hecho exótico, estas situaciones son de lo más corriente en lo que denominamos "trastienda del arte".
Manuel Avellaneda Gómez es el "famoso Avellaneda"; famoso para la docena de coleccionistas de cierto relieve que se dan en Murcia. Pintor nacido en Cieza, y sobrevalorado gracias a su pertenencia a la galería con mayor calado de la capital. No sólo él, digamos que todos los artistas que figuran en esa "escudería" lo son. Ahora, algunos de esos coleccionistas intentan revender obras que compraron allí y no consiguen que les paguen ni tan siquiera el cincuenta por ciento de lo que pagaron.
Pedro Avellaneda Baño, de profesión sastre, ha sido uno de los pintores que marcaron mi infancia. Mis primeros óleos tuvieron sus ecos; antes que copiar a Velázquez o Goya lo hice con pinturas de Pedro. En la desaparecida droguería "Esparza" vendían materiales para pintar, y tenían un escaparate con algunos cuadros de Avellaneda. Desde aquel escaparate yo tomaba apuntes de sus cuadros, para luego pintarlos en casa. Recuerdo la vieja sastrería, situada en la calle san Sebastián, a escasos metros de la confitería "el Lorito". Allí, en el centro había una gran mesa donde Pedro hacía los cortes y ajustes de los trajes; en el fondo de aquél salón colgaba un cuadro hermoso y emocionante, al menos para mí: el estanque del "Menjú" con su escultura de figura femenina en el centro, rodeado de pinos y con fondo de atardecer. Hubiese dado cualquier cosa por haber poseído aquella pintura. En aquellos años de mi infancia artística, aquel paisaje bucólico, pertrechado de azules y violetas, salpicado con grises tostados y anaranjados fue mi fetiche pictórico. Tampoco se quedaba atrás, una de sus obras, que había sido premiada con el "Catavinos de Plata" en Málaga; cuadro perteneciente a la colección privada de Joaquín Jordán.
Los paisajes de Pedro Avellaneda están localizados en el Valle de Ricote, también Aledo, Mula, Cajitán, y alrededores de Cieza; pero él tiene siempre un pie en el impresionismo francés. Probablemente, los azules de Monet quedaron impregnados en su memoria artística. Esa enorme gama de azules me conquistó, desde que conocí su obra. Una obra extensa, donde los óleos y acuarelas tenían la primacía sobre otras técnicas. Siempre tuve la sensación, que Pedro era un solitario, realmente feliz pintando, con su caballete frente a las serranías salpicadas de arbustos, olivos retorcidos y almendros floreados; todo ello reconvertido en suaves melodías del viento a través de sus empastadas pinceladas. Porque no importaba, que ese día fuera viernes santo o domingo de "Resurrección" para que él se abandonara a sí mismo en plena naturaleza para teñir los silencios de un lienzo en blanco.
En ocasiones, Pedro se lamentaba del trato que le habían dado algunos galeristas de Murcia. Le ponían trabas para mostrar su obra, siendo esta de contrastada calidad, y junto a Jesús Carrillo, los mejores paisajistas de Cieza. Pero, la sombra del otro Avellaneda parecía ser mas alargada, y estos profesionales ponían piedras en el camino. ¡Claro, él era un artista puro, alejado de los cenáculos artistico-políticos, de los que ponían y quitaban!...
La recién estrenada "Asociación de Artistas Ciezanos", ha tenido el buen gusto y mejor detalle, de homenajear al gran pintor que es Pedro Avellaneda, haciéndole socio de honor en dicha corporación. Un artista prolífico, exento de vanidades, alejado del aparataje mediático, cuya pasión por la pintura le ha hecho ser un trabajador impenitente, dejándonos sus obras, cargadas de musicalidad, amor por la naturaleza y un guiño al destino desde la atalaya de sus noventa años.
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