LAS "LISONADAS" DE JOSÉ MARíA LISÓN
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Las "lisonadas"; así se expresaba Pascual Piñera cuando quería hacer referencia a las obras de su amigo José María Lisón. Hoy, transcurridos algunos años de la muerte de un pintor, pero sobretodo filósofo de la vida, tal como fuera Piñera, su amigo y colega Lisón quiso brindarle unas muestras de su ampuloso mundo pictórico. Ese mundo intrínseco que destila ironía y sarcasmo, ternura y un particular concepto del vivir.
José María Lisón tuvo el buen gusto de no dedicarse por entero al arte. Se ha librado de vivir situaciones que mucho tienen que ver con la filosofía del absurdo y toda la neurosis que emerge de ello. Él vive de su profesión y tiene la pintura y escultura como un bálsamo para llenar su vida de grandes emociones. Prolífico y denso, de su obra también refulgen chispazos de humor, de un humor impreciso que proviene de alguien que observa la vida desde una personal cúpula; como si otease el horizonte con unos prismáticos de ir a las carreras de caballos.
Lo más interesante de estas obras de Lisón, al menos para nosotros, sería la provocación intelectual que ejercen sobre los espectadores; ante ellas no se puede estar indiferente y suscitan la reflexión personal de cada cual. Después llegaría una clara ambigüedad que se cierne sobre muchas de estas pinturas y esculturas. El ejemplo más contundente lo tendríamos en una "performance" sobre Picasso, donde el autor desgrana una serie de símbolos, colocando al ilustre creador malagueño en una tesitura donde podría estar el alabado por siempre, genio universal, el que partió el arte en dos; ¡digamos que Picasso es el dios de la pintura!...Y por otro lado, también tendría cabida el Picasso con fama de huraño, maltratador, quien cambia la J por una P en las firmas y hace pasar pinturas del padre como si fueran suyas, cuando era un jovencito aspirante a la gloria; el pintor-vampiro que se apropia de tendencias creadas por otros, como por ejemplo el cubismo. Manuel Vicent lo considera un superviviente de su tiempo, y mientras la mayoría de sus colegas que habitaban en Montmartre morían por sobredosis o alcoholismo siendo muy jóvenes, o mismamente se suicidaban; el genio español trabajaba como un chino y eso le hizo ganarse la confianza de galeristas y marchantes. Ese fue su gran éxito, trabajar más que nadie. Luego, sus amigos escritores harían el resto.
El homenajeado Pascual Piñera debe sentirse inmensamente feliz allá donde se encuentre; no es para menos con el festival de arte que Lisón le regaló. Y muchos se preguntarán a estas alturas, quien era Pascual Piñera. En su modestia, Pascual no era nada y lo era todo; un hombre que no hacía gala de nada, que pintaba por puro placer, que de vez en cuando se dejaba caer por París, donde residía su hermano Manuel. En su porte siempre había un retazo de elegancia y galantería. Fumaba intermitentemente, solía lucir una barba no muy poblada, como una sugerencia más que un hecho. Su voz tenía la modulación y tono intimista, pero sobretodo hablaba con gran riqueza verbal, su decir estaba sembrado de matices que nos hacían cómplices inmediatos de sus relatos. De sus conocimientos sobre el mundo del arte nos alimentamos quienes estábamos todavía verdes. Hablaba de Francis Picabia o sobre Leonor Fini, con la naturalidad de quien es pariente de ellos. Cada vez que pinto al pastel le recuerdo, ya que él fue quien me indujo a ello, cuando uno no tenía la menor idea de aquella técnica. En definitiva, gracias mil a José María Lisón por habernos sugerido y a la vez enaltecer la memoria de alguien que ante todo fue un apasionado del vivir...
Fotografía de Crónicas de Siyasa.
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