martes, 6 de diciembre de 2022

DANS LES YEUX D´ THERÈSE

Una bañera de porcelana estilo isabelino, adquirida en una anticuario sirve de receptáculo marino con burbujas de jabón para que su cuerpo estire toda su sensualidad hacia el infinito. Therèse es diseñadora de zapatos de alta gama, es alta, morena y dueña de una atractiva y misteriosa personalidad. Sus espléndidos ojos, abiertos a la luz atisban y escrutan mil detalles de su entorno; apenas se escapa nada de su control.

 


Un espejo ahumado con marco barroco es testigo de sus caricias, de cómo la porosa esponja resbala por su pierna izquierda, que a su vez sobresale por el borde de la bañera. Mima su piel con la delectación de los adoradores de la belleza. La intimidad de su casa no es excesiva, ya que no hay puertas y cualquiera que pasara por allí podría contemplar el espectáculo. 

 


A escasos metros del cuarto de baño alguien trastea con cuchillos y demás enseres de cocina. Anda preparando una de esas recetas de la nueva cocina, esa que llaman de vanguardia. Un amigo, aunque secretamente enamorado de ella desde hace algún tiempo. Será por timidez, por excesivo respeto, el caso es que de sus labios nunca salió ningún requiebro amoroso para ella. Mientras filetea unos lomos de rodaballo escucha los chapoteos de agua que ella provoca al salir de la bañera. Le fascinaría estar allí, observar sus movimientos, y si ella le permitiese también colocaría una toalla sobre su cuerpo. Pero, considera que no es el momento. Y también le gustaría susurrar en su oído todo el caudal amoroso que lleva en secreto.

Mientras coloca una hoja de lechuga y le añade una cucharada de caviar de trucha, ella le sorprende embutido su cuerpo en un elegante batín de seda japonés. Arrima su cuerpo junto a la espalda de él para observar la decoración del plato. Sus cabellos negros, todavía húmedos rozan la cara del eventual cocinero, a la vez que sus pechos resbalan y laceran dulcemente la espalda, causando un chispazo eléctrico que recorre el espinazo de su amigo. Él le mira sorprendido y ella coloca el índice de su mano derecha en la boca, como pidiéndole silencio.

 


Como si fuera un ángel protector, ella le coge una mano y lo conduce hasta el cuadrilátero mágico del salón. Therèse considera que junto a la chimenea se sitúa el espacio con mejor energía de toda la casa, como si fuera el epicentro magnético de la vivienda. El naranja del atardecer se hace presente a través de los grandes ventanales  que combinan con el fuego procedente de la vetusta chimenea. Frente a ésta se halla un espléndido sofá blanco, y en uno de los extremos hace sentar a su acompañante.

Ante la desconcertante mirada de él, procederá a colocarle un foulard opaco alrededor de los ojos a modo de antifaz. Queda como un esclavo al servicio de la diseñadora, que a su vez deja caer su cuerpo a lo largo del sofá al estilo de una odalisca. El silencio de la estancia es absoluto y apenas se oye el crepitar de los leños en el fuego. Ella detesta la iluminación eléctrica y prefiere la calidez de las velas, que a través de algunos candelabros de mesa iluminan el lugar.

En su mirada hay ternura y un algo de desdén, mientras él parece un mueble más del habitáculo. Intuye el latente deseo que habita en su interior, de su querencia hacia ella. Lentamente va estirando una de sus piernas hasta colocarla sobre los muslos de él para aplicarle un suave masaje que le haga salir del letargo. La zona explorada va ampliándose y ahora su pie desnudo, aromatizado por las sales marinas apunta a la entrepierna de su invitado, el cuál va perdiendo la rigidez inicial y  siente alterado su ritmo cardiaco.

Su otro pie no quiere ser menos y por tanto también se apunta al festín, provocando una notable erección y también un rosario de jadeos. No puede aguantar más y con una ligera inclinación de cabeza, -como si quisiera pedirle permiso-, agarra con intensidad uno de los pies y con verdadero frenesí comienza a besar la zona del tobillo y talón, para proseguir en el empeine y por último los dedos. Mientras, el otro pie es firme testigo de la potente erección que va formándose. 

 


Jamás podía pensar  que el destino, en tarde invernal y rojo atardecer podría depararle. Pero también siente como sus sentidos del tacto y olfato se disparan al no poder ver; y reflexiona sobre la ceguera. Nunca vio los pies desnudos de Therèse, pero puede visualizarlos con el tacto, incluso apreciar el lacado de sus uñas; no hay durezas, tienen la textura suave como de terciopelo, los dedos son armónicos. El delicado aroma de almizcle y vainilla, que junto a las sales marinas provocan verdadera lujuria en su sensibilidad. Por ello, no cesa en sus caricias, en besos lánguidos y apasionados que va salpicando por aquellos pies, que para él son como un regalo de la divinidad.

Hace tiempo que sus ojos se cerraron y parece la Magdalena del pintor Correggio; una mano flanquea un pecho y la otra cae desmayada por su vientre. Un hilillo acuoso desciende desde el interior de sus muslos hasta las rodillas.

Y él recuerda aquella frase evangélica: "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará"; no hace falta más, con las cargas de ternura y sensualidad encontradas....

 


Amanece en Bari, las luces del alba se cuelan por la ventana con postigos de azul añíl. Sobre una amplia cama la figura de espaldas de un hombre, arrebujado entre sábanas y sintiendo un despertar incierto, de sabor agridulce a la vez que percibe la tremenda erección que anida en su sexo. No es todavía consciente que la figura de Therèse era parte de un sueño. 

 

Ilustraciones, óleos y pasteles del pintor francés Delphin Enjolras, 1857-1945.



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