Un día amanecerá
sobre tres ramas de lilas
que un niño mirará
como un libro de imágenes.
El mundo a su alrededor
estará vacío y así
él inventará la vida
en su primera página.
Dibujando la forma de una naranja
dará al cielo su primer sol.
Dibujando el pájaro
inventará la flor.
Buscando el ruido del agua
escuchará el grito del corazón.
Dibujando las puntas de una estrella
encontrará el niño, el camino de los mayores.
Los mayores que han conservado
una mirada maravillada
por los frutos de cada día,
y por las rosas del amor...
Conocí a Amalia Venegas, allá por el 2012, en su pueblo de Hornachos. Mientras una peluquera atendía a su hija, María José, yo parlamentaba con ella, a la vez que iba pergeñando de manera disimulada unos trazos a lápiz sobre un pequeño cuaderno de apuntes. Su rostro me había impactado por su inmensa serenidad, sus ojos acuamarinos, como de un azul desleído, suave, me dispusieron a hacer un bosquejo de su rostro entero. Luego, en casa, en el estudio, acabaría aquel retrato.
La conversación con ella fue amena, grácil y divertida; llena de matices. Apenas se enteró de mi proceder con los lápices; -circunstancia que me hizo feliz. En apenas transcurridos un par de meses, recibiría aquél regalo, que a buen seguro ella nunca esperó. Después de aquello, pasé y disfruté con su conversar, en el mágico cuadrilátero de su cocina revestida de azulejos sevillanos, en una de esas cálidas mesas camilla que tanto se estilan en Extremadura. Amalia transmitía pura bondad y sobretodo paz, desde sus perladas pupilas.
Siempre admiré su elegancia espiritual; destilaba concordia y un afecto delicado, sutil como la seda; y en el fondo de todo había un requiebro para ofrecer su mejor semblante, quizá para esconder las pesarosas sombras envenenadas que la vida le había regalado. A pesar de todo, ella, con una fuerza secreta había afrontado las más terribles adversidades a las que una madre pueda enfrentarse. Por todo ello, hoy al saber de su marcha a otras latitudes, recordé una estrofa de una hermosa canción francesa de Frida Boccara: "Los mayores que han conservado una mirada maravillada por los frutos de cada día, y por las rosas del amor..."
Con mi mayor solidaridad y afecto, a María José Aguilar Venegas.
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