viernes, 10 de enero de 2020

ALEXIA CASTILLO, CRONISTA DE ENSUEÑO


 En sus manos hubo un gran toro con el que tuvo detalles agradables a los parroquianos y sin embargo no redondeó ni la faena, ni la tarde. Dos aparatosos tumbos ya calentaban las manos del público, que hoy nuevamente salió hablando de toros. Pésimamente lidiado en el segundo tercio, banderillas que solo cumplieron sin llegar ser nada del otro mundo. Pero no hubo entendimiento entre las partes. El diálogo tenía bemoles y aunque se trataba de llegar a un acuerdo, éste no existió y dejó ver estos meses de ayuno que hoy repercutieron para mal.
Digamos que fue un romance arrebatado. No había tersura en sus manos, como el amante desenfrenado que deja la galantería para otro momento y sucumbe ante sus pasiones aprisionando cada trozo de piel, estrujándole convencido de que si no lo hace, ese brillante ser se esfumará sin dejar más que el aroma de lirios y azucenas en las frías sábanas de seda...
 Después de leer este párrafo, uno no sabe si está frente a un cronista taurino, un narrador épico, un poeta intemporal; ¡quién sabe!
 Alexia Castillo se rebela como una apasionada de la atmósfera taurina, sabedora de trucos y oficios de lidiadores, de sentir la torería casi intimista, alejada de los murmullos públicos, de los ruidos ambientales; y eso mismo es lo que transmiten sus sentidas crónicas, muchas de ellas desde la Monumental méxicana. Por tanto sentimiento, leer a Alexia es como ingerir un licor endulzador; es un bálsamo espiritual para los aquerenciados de la tauromaquia. Sus palabras podrían ser hasta ecos póstumos de Rodolfo Rodríguez "El Pana", que con su verbo cálido hacía diana en los corazones del personal. Posiblemente, ella recogió los estigmas de la memoria del genio de Apizaco, para desgranarlas a través de su prosa que habla de héroes en redondeles que se tiñen de oro y sangre al caer de la tarde.

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