sábado, 23 de febrero de 2019

"LES MATINS D´ HIVER EN SEGOVIA"


El triángulo mágico de Nava de la Asunción. Fotografía de Fernando de la Calle.

   En la radio del bar "Leyes" sonaba "Yesterday", mientras desayunaba zumo de naranja y una tostada. A través de los ventanales podía atisbar el inmediato paisaje, tan lleno de matices grises. Un tren pasaba dejando una estela de sonidos, su destino era Medina del Campo. La cercana ermita con un enorme nido a la espera de las cigüeñas. La niebla ponía el punto enigmático a todo ello. Era una atmósfera que sólo veía en los documentales acerca de Londres o París. Pero estaba en plena Castilla, en un pueblo que tenía frialdad por aquello de las navas nevadas; me refiero a Nava de La Asunción. Y detrás de aquellos cristales discurrían les matins d´hiver, en un envoltorio de gris platino.

Siempre que cae la nieve, una sacudida de romanticismo aflora...

   En aquellos días invernales tomé la conciencia de lo que realmente era el frío, ya que en la tierra mediterránea de la que provengo no se alcanzan temperaturas tan bajas. El calor de las sensaciones humanas maquilló la gélidez ambiental, y las emociones estéticas fueron cabalgando a lo largo de aquellas horas, días, que marcaran el devenir de mi existencia.


Las hermosas planicies castellanas, como un mar verdi-azul.


   Porque con el transcurrir de los años, caí en la cuenta que aquellos días eran como un boceto de lo que vendría en mi vida futura. Eran los esbozos a carboncillo que dieron paso a las texturas de colores en un enorme lienzo. Imbuido de la luz mediterránea, a veces tan cegadora, medité acerca de aquella gama tonal que me ofrecía Castilla: un abanico de grises donde cabían todos los matices. Sin duda, todo un descubrimiento, como lo fuera el entender algunas de las incógnitas acerca del ser humano y que empezaban por la vestimenta; y aquello también figuraba en aquellas matins d ´hiver. Por las calles de Segovia atisbaba mujeres cubiertas hasta la cabeza, para protegerse del frío imperante. Comprendí que la belleza femenina estaba ahí, en ese hermoso misterio que encerraban aquellos envoltorios de tela. A partir de aquello, los veranos resultaban chabacanos, escasos de interés. Las emociones me las reportaba el invierno, y los de Segovia eran los que más.

          Vamos a imaginar
          que nuestros brazos se multiplican
          para abrazar,
         que nuestras manos se abren para crear,
         que nuestro cuerpo y nuestra mente
        se estremecen al soplo de la brisa.
         Vamos a inventar la sonrisa día a día,
         a cuidar la flor, a ofrecer la caricia...
         Vamos a entonar juntos
           la sinfonía de la vida.
                                                                         Carmen Temiño
 
Una poetisa entre los esplendores de la románica Segovia: Carmen Temiño.

       Las amistades singulares también jalonaron aquellas mañanas de frío acerado, y ponían sus acentos poéticos a la cotidianidad, como aquellos retazos líricos que salían del corazón de Carmen Temiño. Eran la prolongación de todo aquel caudal de sensaciones plásticas. Si el paisaje que nos rodea es atractivo, no lo son menos los paisajes humanos, y Segovia me regaló lo mejor.

   Segovia de mis amores
    Yo te contemplo encantada
    Como una reina con manto  
   Bajo esa nieve tan blanca.
   Esa nieve que ha caído
   Tan buena para tu campo,
   Y que tanta falta hacía
   Pues estaba agonizando.
    Veo tu Alcázar precioso
     Cubierto de esa blancura,
    Que entre el verde de tus árboles
   Brilla a la luz de la luna.
   A tu Acueducto famoso
   También con su blanca nieve,
    Que vela por mi Segovia
   Como atalaya perenne.
   Y a mi Catedral querida
   Que con sus agujas blancas,
   Se parecen a los ángeles
   Que en sus naves dentro guarda.
   Nieve, cuando te derritas y esa agua llegue al Mar,
   Le lleves mucho cariño
  De todos los segovianos
  Con un mensaje de "PAZ".
                                                                           Elisabeth de Nicolás.

    Los sencillos poemas de Elisabeth, una mujer en el ocaso de su vida, que me refrendó  su amistad y algún momento de tremenda ternura. En ella vislumbré la soledad del alma castellana en quien siendo "un ama de casa" sacaba horas al sueño para pergeñar deliciosos poemas, pletóricos de sencillez y con ese toque "naíf" que revela una técnica ajena de resabios y artificios.
Soledad Bartolomé, uno de los mejores poemas que elaboró su madre: Elisabeth, la poetisa de Navas de Oro.

   Las tonalidades grisáceas siguieron perseverando en las mágicas mañanas segovianas, henchidas de frío y salpicadas de nieblas. Una vez más, desde las vidrieras de un café decorado a la usanza inglesa, bajo los pórticos de Fernández Ladreda y ante una humeante taza de té, observaba el transitar de las gentes por aquella arteria principal de la vieja ciudad castellana. Los edificios añejos del fondo tenían colores terrosos entre ocre y un ligero siena. Los soportales y el pavimento se revestían de un azul-gris y una pequeña y sutil bruma lo envolvía todo, cuando apareció la estilizada figura de una mujer joven, vestida con un jersey y una falda grises, con un pañuelo morado enrollado al cuello. Fue algo sublime; de inmediato registré aquella escena en mi memoria y que luego traduje  a través del lenguaje que surge entre el agua y los pigmentos. ¡Aquella nota de color morado entre una sinfonía de grises fue una de tantas perlas que les matins d´ hiver segovianas me regalaron!..

En los jardines del Alcázar, rememorando los encuentros entre Machado y su musa Guiomar.

  Fotografías de Soledad Bartolomé, Giovanni R.Tortosa y Fernando de la Calle.

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