lunes, 14 de enero de 2019

CARLOS MARTORELL, UN RENACENTISTA EN IBIZA

Carlos Martorell junto al título de uno de sus libros: "La Memoria Enjaulada".


  Si alguien está interesado en saber cómo era la verdadera Ibiza de los famosos años sesenta, de cómo la bella isla blanca perdió su virginidad de tierra pobre entre payeses y pescadores, de cómo fue el proceso casi litúrgico de transformación en un edén para jóvenes refugiados americanos, que huían de morir en Vietnan. Pues eso, si necesitan conocer la temperatura espiritual de la isla cuando pasó de ser un lugar de la calma en pleno mediterráneo al fulgor festivalero y colorista de orgías de sexo, alcohol y algún que otro sicotrópico, el gran gurú que les informará será el eterno Carlos Martorell, un barcelonés que abandonó su "dolze far niente" familiar para involucrarse física y espiritualmente en la deliciosa Ibiza.
 
Detalles de la casa de Carlos, una muestra de sencillez y singularidad decorativa.

   Carlos no es un tipo corriente, alguien clasificable, una persona que pueda ser descrita con cuatro palabras; Carlos es un personaje con claras ínfulas renacentistas, puede que un "torbellino de pasión" que ha ido filtrando su tiempo en mil tareas. Aunque de todas ellas, a él le encanta ser reconocido como relaciones públicas; y en la isla blanca él fue el primero. Fotógrafo de grandes personajes del llamado "papel couché", decorador, escritor, viajero, organizador de eventos, como lo fuera Leonardo, en una particular dedicación poco conocida del genio florentino. Da Vinci era por tanto un "festiulo", un creador de armatostes que decoraban fiestas, programaba a músicos y organizaba cenas y bailes al servicio de los Medicci.

      La retahíla de personajes mundanos que han desfilado ante las dotes diplomáticas de Carlos son infinitos, gentes de todos los continentes y con refulgentes brillos en sus carreras y profesiones. Para mí, sin embargo hay alguien que estaría en otra esfera, que sería un "rara avis" en esa prosopopéyica agenda martoreliana; me refiero a uno de los genios del siglo XX: el pintor húngaro Elmyr de Hory. Posiblemente sorprenda que no le califique como un falsario del arte; en las biografías se le califica como uno de los mayores falsificadores de arte. Elmyr atesoró el talento de varios genios a la vez y sus obras "a la manera de" fueron colgadas en las mejores colecciones particulares y ciertos museos de prestigio. Posiblemente su asociación con el marchante griego-judío Fernand Legros y el amigo amante de éste, Réal Lesard, tuvo consecuencias nefastas para el húngaro. La desmesurada ambición de dinero de Fernand, así como su exhibicionismo hedonista propiciaron escándalos de alto calibre en "La Falaise", la casa ibicenca donde Elmyr reinterpretaba a Modigliani, uno de sus favoritos; o Picasso, Derain, Van Dongen y tantos otros. El propio Van Dongen autorizó y firmó certificados de un par de óleos pintados por Elmyr, como si fueran suyos.
   De una manera u otra, Elmyr, sus socios, la cohorte de efebos que convivían con estos, el matrimonio Irving, galeristas como el inglés Ivan Spence, los pollos con páprika junto a los vinos "Marqués de Riscal" que era la comida predilecta de Elmyr, sus jerseys de Cachemira y las fiestas al borde de la piscina en la suntuosa "Falaise", todo ello contribuyó al esplendor de los "mágicos 60" en la isla a la que tanto amor prodigó Martorell.


Foto de portada: Carlos Martorell, de su blog "El observador solitario"

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