Publicamos esto el 2 de noviembre de 2020, en la web Torosdelidia.es cuando empezaba el festival del absurdo: Las vacunas suelen llevar de diez a veinte años de investigación, incluyendo el consiguiente testeo entre aquellos atrevidos u osados que se sometan como cobayas para ser probadas. Claro, que cada día aparecen noticias de nuevos ensayos, en China, otro día en Inglaterra, otro en Norteamérica. Lo del coronavirus se ha convertido claramente en "coronacirco", por lo que cualquier información de este tipo viene a tener la misma credibilidad que la palabra del actual inquilino de la Moncloa.
Nosotros, que no tenemos la cultura médica del licenciado Simón o el patético ministro ídem, ni de ningún sanitario, sí hemos tirado de historia, de situaciones semejantes, tales como la irrupción del Sida o aquel envenenamiento producido por lo que llamaron "aceite de colza". Entre todos estos encontramos elementos comunes.
Para empezar, la culpa de tan misteriosa enfermedad llamada Sida, tremendamente selectiva, pues actuaba contra homosexuales y drogadictos, la cargaron en la cuenta de unos animales. Y hay que ser muy retorcidos, para hacernos creer que unos turistas de paso por la selva habrían copulado con unos pobres monos africanos. Luego, estos humanos serian los transmisores del supuesto virus. Pero esa es la versión que se nos dio a nivel oficial del virus. ¡Un tanto escatológica, absurda y sibilina, nos parece!... En la actualidad, el muerto se lo han echado a los murciélagos chinos. Evidentemente, a estos animales les puedes culpabilizar hasta de la muerte de Kennedy, porque hablar no está dentro de sus posibilidades.
Aquella historia puso en jaque a la sociedad internacional en los años ochenta; ¡algo así, como que se nos venía encima el Apocalipsis!...Tal y como hoy sucede, se habló hasta la extenuación de vacunas que combatieran aquello. Pues, les diré que pese a los muchos años transcurridos, nunca llegó vacuna alguna; sólo se crearon algunos medicamentos paliativos. Más o menos parecido a lo del cáncer: a las farmacéuticas no les interesa erradicarlo, y sí mercadear con paliativos.
Y ahora, vayamos a nuestro territorio ibérico; recordemos aquél episodio no menos trágico, como lo fuera el "aceite de colza". En aquella historia, fueron unos mercaderes de aceite quienes pagaron el pato, cuando se supo que aquella catástrofe la causaron unos potentes pesticidas, producto de unos ensayos químicos en Torrejón de Ardoz de una multinacional alemana. Se les fue de las manos, y miles de tomates recibieron aquella pócima mortífera. Así se escriben estas historias; siempre es el más débil de la cadena, o aquellos que no pueden hablar como esos pobres animales, quienes cargan con la etiqueta de culpables.
Tanto en este caso, como en el actual coronavirus se dieron las mismas circunstancias: el experto médico que descubre que el aceite de marras no es el causante de las centenares de muertes que hubieron, fue fulminado y se le hizo desaparecer. Lo mismo que sucedió con el joven médico chino, el cuál denunció los entresijos del coronavirus. También y al igual que sucede ahora con Simón, aparecía un ministro haciendo conjeturas de corte humorístico sobre el posible bichito que había causado tanto daño.
Ahora bien, si ustedes, amables lectores, investigan por su cuenta, nunca llegarán a entender el por qué este virus asesinaba cruelmente en Ciudad Real, Madrid o Segovia; en cambio apenas se dejaba ver en Japón o las dos Coreas, países tan próximos a China. Por ello, cuando algún osado "youtuber" habla de la posible incidencia de las radiaciones provocadas por las nuevas antenas de telefonía en el "covid", de inmediato les cierran los canales. En realidad no sabemos nada, pero también cada día es más evidente: tenemos la sensación de que nos están tomando el pelo. Aunque, para ignorantes ya está la famosa Organización Mundial de la Salud que ha errado hasta la friolera de 34 veces 34, en lo que va de "pandemia" para explicar de que va la cosa del virus "made in China".
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