Mientras tomo un té, vislumbro a través de las grandes vidrieras del café "Bulevar" el atardecer, de un gris plomizo, que se cierne sobre el escenario comprendido entre ese triángulo mágico compuesto por la calle Real, el ermitorio del Stmo, Cristo del Humilladero, con sus cigueñas viajeras en el tejado junto a la espadaña, la carretera que nos conduce a la vieja y romana Cauca (Coca), los restos de lo que fuera un paso a nivel, de unos trenes ya fallecidos e inmolados, que viajaban hasta Medina del Campo. A unos metros de todo este enclave se situa el santuario "lúdico" de las noches sabatinas, que fuera bendecido con el idílico nombre de la diosa Osiris.
La delicuescencia crepuscular hace diana en el sentimentalismo de mi memoria, para dejar aflorar tantas vivencias surgidas en estas tierras. No en vano, fué aquí en Nava, mi punto de partida para viajar al corazón de Castilla, para abandonarme en sus brazos, sentir las luces de sus catedrales, fascinarme con la tán famosa "sobriedad castellana" de sus gentes, -que tánto nos cautiva a los que somos nacidos a orillas del mediterráneo.
Amé y amo esos eriales castellanos, sus planicies de oro viejo, los románicos y los góticos que asoman constantemente en su paisaje. Las cepas y las uvas de "verdejo", que tán venerables vinos dán a esta zona. Los anocheceres que dejaron trás de sí los suaves suspiros de los "amores singulares", los estigmas que un tál fray Sebastián dejara en este entorno, y sobre todo ese "andaaaa majooo", tán peculiar y que es como el pasaporte para adentrarse en el alma de este pueblo divino.
A mis queridos "anfitriones", Francisco Sánchez, que encontrara en Maria Serrano y en Nava, los amores de su vida, a Nieves Garcia-Pavón, amiga incondicional desde siempre; a Merche Garcia y a tantos naveros que tuvieron la generosidad de acoger a este viajero como uno más, en ese puerto llamado Nava de la Asunción, en el enternecedor "mar de pinares".......
A
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