Manuel pertenece a la generación que sobrevive a la post-guerra española, aquel acontecimiento fraticida entre familias, entre propios hermanos, y todo ello por el fanatismo insuflado por aquellos prosélitos y seguidores del borrachín y enmadrado Vladimir Ilich; vago genuino, siempre vivió a costa de la madre, jamás dió un palo al agua pero fue el generador del movimiento político-social más mortífero de todos.
En una infancia plena de carencias, hambrunas y sobretodo un horizonte oscuro, sin una luz esperanzadora el padre de Manuel se vincula en espectáculos taurinos, ejerce de novillero; entonces la Tauromaquia apagaba muchas hambres y si tenias suerte y enorme talento podías hacerte rico. Hoy es bien distinto: tienes que ser rico para ser torero.
Manuel García Hortelano |
Ya adolescente, Manuel quiere seguir los pasos del padre y acaricia los sueños de todo incipiente torero. Emprende el camino de becerrista tál y como son los inícios de tán difícil carrera artística. Pronto se enfundará el traje de luces para lidiar novillos. Alternará con otros soñadores ciezanos como José Ayala "Ayalita", Manuel Fernández "El Faraón" y Lagartijo entre otros. Sus éxitos serán celebrados en plazas como Cieza, Hellín, Abarán, Murcia y otras.
Manuel quiere potenciar su carrera y por ello decide marcharse a tierras andaluzas, allí donde poder ejercitarse con mayor ahínco y perseverancia que en su propia tierra. Consigue instalarse en la ganadería de la familia Guardiola, aquella que con el tiempo abrirá sus ramas para dividirse en otras como Guardiola Domínguez, María Luisa Domínguez Pérez de Vargas o Guardiola Fantoni.
En dicha ganadería, Manuel va a palpar las realidades intrínsecas del toreo, a moverse con desparpajo entre los profesionales. Y allí mísmo tendrá la enorme dicha de conocer y tratar a aquél que llamaran "El Pasmo de Triana"; -que no es otro que el genial, único, venerable Juan Belmonte-, que junto a Joselito va a protagonizar la época de oro del toreo.
El genio del toreo, Juan Belmonte, junto a una rejoneadora, quien al parecer fuera su último amor antes de suicidarse. |
Por ello, cuando en el presente, a sus noventa y dos años, alguien le habla sobre el genial Belmonte, a Manuel se le nubla la vista, parece enmudecer y la emoción aflora en su rostro moreno, de cejas marcadas, de mirada cetrina y entusiasta. Entonces resurge la pasión inmensa de Manuel y sus ojos sorprenden por la inmensa luz que rebosan.
Al entonces soñador de la gloria no le fue fácil continuar en la finca andaluza; -sus recuerdos y nostalgias familiares le hacían crujir el corazón-, la melancolía le tramaba malas jugadas en los atardeceres con fondo de vacas, caballos, encinas y toros cuatreños. Intuímos que para ser torero hace falta algo más que una enorme afición; es como una religión que necesita de acólitos estrictamente fieles, que no miren de soslayo nada que no tenga que ver con la reciedumbre taurómaca, con las miradas desorbitantemente masculinas de los astados.
Manuel aparcó capotes, muletas de franela, y algún viejo estoque para ingresar en el gremio de joyeros y también relojeros. Consideró que su paso por el planeta de los toros ya era una rémora del pasado y el mundo del comercio le recibía como si iniciara el paseíllo en la Maestranza.
Las cosas le fueron bien tanto a él como a su prolífica familia. Manolo "Torronto" siempre ha sido un hombre pragmático, con una amplia visión de la realidad. Hemos compartido con él verdaderos momentos de intensa pasión por la vida, ya sea detrás de un burladero o en la mesa de un bar, degustando unas cervezas. Escucharle siempre ha sido un deléite para los que sentimos veneración por las leyendas vivas del toreo.
Lo mejor de todo es que Manolo no arrastra rencores ni odios a lo que en el pasado fuera su ideál de vida. Él lo lleva con una naturalidad que le hace feliz, que se sabe triunfador como joyero; -aunque tampoco haga ostentación de ello. Su pasión por la vida, su entorno familiar y sentarse cada mañana en la mesa de un café para saborear lo que pasa en el ruedo callejero de su Cieza natal. En definitiva, sentirse amigo de Manolo es como una joya que el destino le regaló a uno. ¡Gracias por ser todo una figura torera de la vida!..
J. Ruiz Tortosa